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Opinión

Un daño moral y social que nunca pagarán

Recuerdo que muchos niños de esta provincia nacían con una cuenta bajo el brazo. La cuenta de la CAM, durante mucho tiempo Caja del Sureste y luego Caja de Ahorros de Alicante y Murcia. Una de las primeras cosas que una familia alicantina hacía cuando llegaba su hijo al mundo era abrirle una «cartilla» en la sucursal del pueblo para llenarla poco a poco con el «dinerito» de los abuelos, los cumpleaños, los santos, el primer sueldo... y tener un colchón para el futuro. ¡Y que bien venía ese dinero! Yo fui uno de ellos. Una libreta que a día de hoy aún conservo en el Banco de Sabadell. Como miles y miles de personas de todo nuestro territorio.

Recuerdo que cuando se recorrían los municipios de Alicante vinculados con el cultivo de la tierra casi en cada uno te topabas, justo en una de las entradas a la localidad, con un almacén de la obra agrícola en el que encontraban todo tipo de ayuda los labradores alicantinos. Esas naves agrícolas eran la vía de colaboración, en la práctica, con la única actividad económica de pequeñas poblaciones a las que, entonces, no llegaba ninguna subvención pública y que necesitaban de ese respaldo que les proporcionaba la obra de la caja para salir adelante con la tierra como único sustento.

Recuerdo que a principios de la década de los 80, cuando en los municipios no habían ni dotaciones ni instalaciones para la promoción de la cultura o para facilitar la actividad social, la CAM disponía de aulas abiertas en muchísimas localidades que se cedían a pintores, aficionados al teatro, expositores, grupos de música y a reuniones de todo tipo con una condición: devolver luego la llave al director para poder cerrar. Sin ningún tipo de coste. En muchos pueblos era casi lo único disponible para poder organizar cualquier tipo de iniciativa cultural o asociativa en colaboración -aún muy escasa- con el incipiente movimiento municipalista surgido de la Transición democrática.

Recuerdo que, cuando llegaban los meses de verano, la única actividad extraordinaria que amenizaba las largas noches de verano de los municipios alicantinos, especialmente de las localidades de nuestras comarcas de interior, era la iniciativa cultural que ejercía la caja, entonces con sucursales para atender al público hasta en el más recóndito núcleo de población en las que se atendía directamente hasta el más pequeño intento de promover una iniciativa económica. Los programas de los ayuntamientos se nutrían casi en exclusiva de grupos culturales -teatro autóctono, música popular, artistas locales, actividades infantiles?- patrocinados muchas veces por la caja.

Recuerdo también como las entidades festeras de la inmensa mayoría de localidades, cuando estaban a punto de llegar sus celebraciones anuales, recurrían siempre al director de la oficina de su localidad para pedirle una ayuda económica, el anuncio del libro de fiestas, el patrocinio de algún acto, concierto o actuación o, simplemente, una colaboración en productos de «merchandising». Nadie se iba de vacío. Todo lo contrario. Los directivos locales de la CAM sabían que tenían que retornar parte del beneficio que lograban en cada población para promocionar la fiesta y la cultura popular. Era una parte de su acción pública como entidad de ahorro.

Y recuerdo, igualmente, como se abrían cuentas de solidaridad en las que colaboraban muchos vecinos y también, por supuesto, la caja con motivo, por ejemplo, de ayudar a los afectados por las riadas de 1982 y 1989. Falsear los números de una entidad financiera que llegó a ser de las más importantes de España hasta quebrarla, según la sentencia judicial, les supondrá a sus responsables un máximo de cuatro año de cárcel. Muy poco parece. Demasiado poco. A los culpables de la caída de la CAM, desde luego, les ha salido muy barato acabar con una caja que era un poco de todos y cada uno de los alicantinos. Cumplirán esa pena y luego saldrán en libertad.

Ahora bien, siempre tendrán otra carga encima de la que no se podrán librar. Otra sentencia. Otro veredicto. La pena del golpe moral y social, más allá de la enorme gravedad del fraude económico, que infringieron a todos los alicantinos. Puede que con esa leve sentencia judicial rindan cuentas de su mala gestión financiera. Pero nunca podrán saldar la factura del enorme daño que han perpetrado contra una forma de entender la acción de la economía, contra un sistema de retorno de recursos financieros a la sociedad, de promoción de la cultura popular y de desarrollo de actividades de todo tipo en nuestros municipios. Nunca podrán pagarla. Nunca terminarán de cumplir esa pena. Siempre la llevarán encima.

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