En estos días aviesos para los ciudadanos de una España empañada por las independencias indeterminadas, habría que plantearse alguna estrategia de diálogo interno que racionalice el esperpento con la realidad o, si lo prefieren, el sinsentido camuflado de verdad con la sustantividad. Seguimos viviendo un punto de inflexión tan absurdo que pudiera parecer que vivimos realidades paralelas o contradictorias. Da la sensación de que estamos inmersos en una creencia irracional que nos trasforma a todos en intelectualmente discapacitados para entender el deliro independentista. La confrontación abierta entre aquello que la mayoría considera lo legalmente establecido frente a lo que la minoría entiende como un atropello a la libertad, es un desvarío mayúsculo enajenante.

Como mero espectador, ajeno a las doctrinas independentistas, observo una vehemencia desmesurada en las posiciones enconadas y sus actores. Entiendo que para luchar de una forma exacerbada por separarse de un país, debe de existir una motivación profunda y ajustada a alguna realidad que posiblemente desconozca pero que nadie, hasta este momento, ha sabido explicar. La lucha por la segregación en la historia siempre parte del disgusto o malestar por la opresión, la tiranía o el totalitarismo, cuestiones que no se dan en este caso particular ni de lejos. Las motivaciones culturales, sociales o económicas no pueden ser objeto de desunión, porque en ese caso tendríamos que partir España en mil pedazos y no digamos Europa.

El supuesto emponzoñamiento que se ha ido generando con el paso de los años, agudizado en estos días por gobernantes impúdicos, tampoco puede decidir una separación traumática, que además solamente es solicitada por unos pocos, cuando en cualquier país libre lo que ha de prevalecer es la mayoría. Es muy sencillo enarbolar la bandera de la razón amparándose en palabras grandilocuentes como libertad, democracia o legalidad, anulando todo aquello que juegue en contra de nuestros intereses. Es un despropósito, un atropello y una sinvergonzonería, insultar a todos los ciudadanos españoles ante el mundo presentándonos como unos déspotas inquisidores y solicitando ayuda como si estuvieran sufriendo la mayor de las atrocidades. Creo que basta ya de calumnias licenciosas.

Todos los españoles de buena fe estamos esperando un desenlace racional de este despropósito independentista catalán. Necesitamos más que nunca el acercamiento de posiciones dentro de un marco intelectualmente comprensible y alejado de los extremismos ideológicos que nunca llegan a buen puerto. Necesitamos más que nunca reafirmar nuestros valores. Necesitamos más que nunca abrir nuestras fronteras y nuestros corazones. Necesitamos más que nunca jujear todos juntos en un auténtico alarde de valentía y solidaridad con nosotros mismos.