«¿La Historia se repite? ¿O se repite sólo como penitencia de quienes son incapaces de escucharla?»

(Eduardo Galeano)

En medio de lo que está sucediendo en nuestro país me atrevo a dejar una breve reflexión que me surge al ver las acciones, hechos y actores de este momento. Aunque yo no diera más datos del tema al que me refiero, seguramente los que me lean sabrían a ciencia cierta a lo que me estoy refiriendo. Nadie necesita que explicite que hablo de la «situación de Cataluña». Y pueden estar tranquilos: nada está más lejos de mi intención que el dar una ilustre solución, hacer una fervorosa crítica ?la cual, seguro, sería contradicha con mejores argumentos?, banalizar o agravar la situación con mis palabras. Puede que sea la prudencia la madre de todas las ciencias.

Las obviedades a veces son necesarias recordarlas: aquellos pueblos que no conocen su historia tienen tendencia a repetirla. Y me pregunto, ¿es este el caso? ¿Ocurre que no conocemos nuestra historia? Yo me atrevo a decir que no es así.

La Política, o mejor dicho, la acción política, tiene como fundamento la dirección y organización de las comunidades y colectividades sociales. La Historia por otro lado también alberga como objeto y punto de partida el estudio y los comportamientos de las comunidades y civilizaciones. Ambas son identidad para los pueblos. Ambas están dirigidas por y para los individuos y las sociedades.

Lo que a veces creo que nos ocurre es que nos olvidamos, en ocasiones de manera voluntaria, de las consecuencias de nuestras acciones. Ya os digo yo que la Política y la Historia están cargadas de consecuencias de ellas, basta con releer un poco y echar una mirada a nuestro alrededor. La mayoría de las veces esos hechos corresponden a comportamientos colectivos y ahí se suman inevitablemente las voluntades individuales. De nuevo la Historia y la Política estrechan sus raíces cuando se trata de acciones y consecuencias de la suma de voluntades individuales.

Pues en esas nos encontramos de nuevo. Aunando voluntades de las acciones de los individuos, aunando la Política con la Historia. Eso sí, sin querer reconocerlo, sin querer aprender. La mayoría de las veces nuestras acciones contradicen lo que se supone que debería ser nuestro comportamiento racional, y esto es así porque las emociones han llenado capítulos enteros en la Historia de la humanidad, en las civilizaciones y en los pueblos. Yo soy de las que creen que la Política debe estar cargada de emociones, emociones caracterizadas porque nos ayudan a resolver dudas, ansias, anhelos y necesidades de las personas. Así que tenemos vectores convergentes.

Soy además una enamorada de la Historia, una convencida de esta disciplina y su importancia en el presente de las sociedades. Esa es mi formación. Además creo mucho en la Política, en su acción y en su necesaria existencia para la organización de las sociedades. Ambas nos ayudan a entender el mundo en el que vivimos. Muchos momentos a lo largo de la Historia han estado necesitados y marcados por acciones políticas contundentes y acertadas, y no por ello no han sido generosas.

Creo que estamos en uno de esos tiempos en los que la Historia nos reserva a los pueblos un capítulo. Momentos en los que se necesitan esas «acciones políticas» a las que anteriormente me refería. Momentos y tiempos cargados de acontecimientos que van a requerir de la Política su mejor cara, sus mejores ideas, y, por qué no, algo de imaginación. También necesitaremos mucha dosis de Historia, recordada y aprendida, para poder repetir lo que nos sume y rechazar lo que nos reste. De nuevo es el momento de la Política que puede hacer mejorar nuestra Historia. Y digo esto no sólo por Cataluña, que también.

«La Política está sujeta a volar como las perdices, cortito y rápido. Y se está necesitando de política de largo aliento en un mundo que se globaliza»

(José Mujica)