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Apelación a la bandera

Las banderas no son otra cosa que símbolos que pretenden identificar a grupos de ciudadanos en función de afinidades diversas, y así existen banderas que singularizan a clubes deportivos, asociaciones, cofradías y un largo relatorio de grupos humanos entre los cuales el más relevante es la nación. Contra lo que se suele creer, las banderas nacionales son símbolos relativamente recientes, inherentes a la construcción del estado moderno, con precedentes en formas antiguas identificativas de linajes, reyes o casas reales. La bandera española -roja y gualda- data del año 1.843 (Isabel II) y desde entonces no ha sufrido modificaciones sustantivas, a excepción del periodo de la Segunda República. Ahora bien, como símbolo identitario de lo español siempre ha estado en crisis, y en muy escasas ocasiones ha sido objeto de manifestación de homenaje universal. Únicamente -que yo recuerde- con ocasión del triunfo de la selección española de fútbol - mundial de Sudáfrica- y ahora, al socaire del conflicto catalán. ¿Cuál es la razón para tan magra cosecha emocional? En mi opinión dos son los factores que operan al respecto: el conflicto entre la España centralista y la perimetral (nacionalismo español versus nacionalismos periféricos) y la apropiación patrimonial de la bandera por parte de la derecha española (incluye, y a estos efectos resulta definitivo, a la extrema derecha) que la esgrime habitualmente como estilete frente al resto. Ambas causas se entrecruzan retroalimentándose hasta producir la consecuencia de cierta frialdad, cuando no repulsa, ante el emblema nacional español. No es este un tema baladí, por cuanto resulta expresivo del déficit identitario español, o dicho de otra forma, de cierta dilución de la "nación". No formo parte de los que -legítimamente- reivindican la vuelta a la simbología republicana, pero sí aspiro a que, al margen del diseño constitucional del Estado, hoy en discusión en su dimensión territorial, la bandera identifique a todos los que residimos en el territorio nacional, incluida, claro está, la diáspora. España es un Estado -nación de naciones- plural y diverso, también desde la perspectiva ideológica, y la armonización de esta heterogénea realidad en torno a la bandera requiere un uso de la misma inteligente y sensato, de tal suerte que constituya el mínimo común al que la mayoría podemos voluntariamente adscribirnos. Toda sobreactuación al respecto crispa, divide y nos aleja del objetivo. Gústenos o no, una buena porción de españoles, predominantemente de izquierdas (internacionalismo obliga), no manifiestan especial pulsión emotiva en presencia de la bandera, por cuanto la identifican con una idea de España que no comparten; esto es, perciben el símbolo con una carga ideológica que enlaza con un nacionalismo españolista radical, emparentado con nuestra historia de iglesia y cuartel, y, en consecuencia, poco respetuoso con las opiniones, gustos o inclinaciones que difieran de las "verdades" oficiales, contenidas y ensalzadas por la más que cuestionable historiografía patria. En estos días de inflamación de la víscera patriótica, a tenor del estado de buena parte de los balcones de nuestras ciudades y pueblos, me ha sorprendido agradablemente una vivienda gijonesa, engalanada y arropada festivamente con las banderas de España y Arco Iris en perfecta conjunción, en absoluto porque representen valores incompatibles y perfectamente armonizables, sino por lo exótico e infrecuente en una tierra en que la bandera -entendida desde la variable del españolismo ideológico- se utiliza habitualmente como arma arrojadiza frente al "diferente" en cualquier dimensión de la vida, y el mundo LGTB es una buena muestra de ello. Ese es el camino, el uso de la bandera como símbolo acogedor del espíritu de concordia, paz, convivencia, respeto a la diferencia y a la pluralidad en cualquiera de sus manifestaciones, antes que como instrumento al servicio de ideologías, opiniones o planteamientos sectarios al que tan proclives nos manifestamos. No me resisto, para concluir, a realizar un apunte paradigmático de la complejidad del mundo que nos toca habitar, y es que esta explosión del nacionalismo español, exteriorizado simbólicamente con profusión de banderas, ha supuesto, sin lugar a dudas, un crecimiento exponencial de la economía asociada a la industria textil china. Regocijémonos no obstante, ya que la deficitaria hacienda española se habrá resarcido con importantes ingresos asociados (IVA) a este fenómeno espasmódico ¿o acaso no?

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