Sin duda, el «sitio de encuentro» cuando yo era pequeña era la Glorieta.

Este emplazamiento, en origen, lo ocupaba el convento de la las monjas de Santa Clara desde el siglo XVI hasta las postrimerías del siglo XIX, cuando el mal estado del edificio dio lugar a su demolición. El gran espacio libre que quedó se destino a jardín público, con el nombre de Glorieta del Doctor Campello, después de Jose Antonio, hasta Glorieta a secas, porque se ha ganado notabilidad para no necesitar acoplarse a ningún personaje.

Yo no la conocí con rejas, ni cuando se paseaba en doble sentido, los hombres según las agujas del reloj y las mujeres al contrario.

En mi niñez, quitadas las rejas y con las rotaciones ya sin separación de sexos, seguía siendo lugar de paseo y encuentro.

Me recuerdo muy endomingados junto con mis padres dando vueltas al igual que otras familias, comprar el periódico, tebeos o chuches en los kioskos de ladrillo y cemento situados en las cuatro esquinas, que disimulaban su austeridad con las ramas de buganvillas por encima del techo y laterales, dar de comer a las palomas, y los bancos de manises y sobre todo el templete reinando en la plaza.

Dejada la niñez en la Glorieta, y entrada en esa edad en que la que ya no quieres más paseos con padres, la llamábamos «el tontódromo». Visto ahora, ¡qué ingratitud!

Desaparecido el templete y aquellos paseos, ahora la mayor concentración de calor humano espontáneo lo encontramos en el cauce del Vinalopó.

Cambiado el traje del domingo por la ropa de deporte, no por ello menos escogida, cargados de relojes competitivos y móviles en antebrazos para medir pasos, ritmo cardíaco, pulsaciones, calorías consumidas, kilómetros recorridos y con auriculares en pabellones auditivos, una variopinta tribu urbana nos relacionamos mientras damos vueltas por el circuito que conforman las laderas del río.

Mamas al trote con el carrito de su hijo, runner con portabebés en su espalda, personal training con su usuario, grupos de jóvenes de clubes y asociaciones, corredores en grupo, en pareja o en solitario, caminantes con o sin perros, ciclistas y demás fans del ejercicio aeróbico, como antaño en la Glorieta, nos cruzamos una y otra vez.

En 2009 el Ayuntamiento de Elche convocó un concurso internacional para la rehabilitación de las laderas del río Vinalopó, concurso que ganó Aranea planteando un sistema que permitía conectar ambas orillas, a través de caminos, pasarelas y jardines a distintas alturas.

El proyecto es conocido como el Valle Trenzado y potenciaba el bosque de ribera autóctono compuesto de tarais, arbustos de los que crecen hasta tres metros de altura, sinónimo de tamarix, que comprende mas de 60 subespecies de fanerógamas, propias de las áreas más secas de Euroasia y África, comunes en las orillas de los ríos.

El proyecto merecedor de varios y prestigiosos galardones internacionales solo está desarrollado en parte y el mantenimiento de lo ejecutado es deplorable. La repoblación de vegetación llevada a cabo presenta un aspecto desolador, ya que los árboles plantados están secos, la red de riego por goteo está abandonada y los arbustos fagocitados por la maleza, al igual que parte de los senderos de las laderas, lo que te obliga a añadir, al «kit del buen deportista», un machete para desbrozar el camino. Eso sí, con uno pequeño basta de momento.

Algunas de las sendas horadadas por lluvias in illo tempore, cuando las había, sirven de retos a los adictos a las carreras de obstáculos que busquen ponerse a prueba con nuevos desafíos.

Y de la limpieza mejor ni hablamos. A la red de alcantarillado del casco urbano de Elche, que cuenta con varios aliviaderos al río que provocan olores y depósitos de objetos en los márgenes, se unen los lanzadores de basuras y escombros desde la parte superior de la ladera y los amigos del botellón nocturno, no muy cuidados a la hora de recoger, pues para eso tienen a sus madres y estas no suelen ser invitadas a estos saraos.

El ondulante cauce del río con sus laderas tiene un indudable potencial, además del funcional, para ser un espacio atractivo de enorme belleza plástica, unido a su gran valor medioambiental, pues, como lo han definido, es un «corredor ecológico» que conecta el Pantano, los Carrizales y el parque natural de las Salinas de Santa Pola.

Quizás en este momento sea una utopía seguir con el desarrollo del proyecto del Valle Trenzado, pero no hay que dejar por más tiempo el tomárselo en serio y poner en valor el río, con puntuales actuaciones que sirvan para concienciarnos a todos.

Recientemente leo en INFORMACIÓN que desde el Ayuntamiento de Elche se ha presentado el proyecto cuyo fin último es mejorar la limpieza del cauce del río Vinalopó.

Bienvenido sea y que no se quede en proyecto.