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Martín Caicoya

Poner a salvo la razón

Es peligroso fiarse sólo del razonamiento, pero es el mejor instrumento que tenemos para operar en el mundo, aunque combinándolo con la intuición

La razón no deja de ser una ficción. Una entelequia construida por los sentidos y el entendimiento. Con ellos, con los sentidos, aprehendemos el mundo, nos hacemos un mapa interno de la realidad, de esa realidad que somos capaces de percibir e integrar. El atizador que vemos no es igual que el que ve el perro, ni el águila. Eso no quiere decir que no sea real, como parece ser que se preguntó Wittgenstein blandiéndolo frente a Popper y Russel antes de que huyeran despavoridos. Claro que es real, y el golpe que hubieran recibido, si como temían los amenazaba, también sería real. Pero la imagen mental que nos formamos de él no coincide con la que otros seres vivos se forman, esa evidencia la compartimos sólo algunos. Y el proceso de realizar el análisis, síntesis, abstracciones, generalizaciones, analogías que realiza el entendimiento no se encuentra más que en nuestras mentes. Observar y razonar son la base de la ciencia, el método más fiable que tenemos para operar en el mundo, para acomodarlo a nuestras necesidades. Y aunque los resultados del razonamiento sean una ficción, nos han dado un magnífico resultado.

Cuando Robert Koch identificó el bacilo de la tuberculosis en 1882, presentó sus hallazgos en una conferencia científica y al final invitó a los asistentes a ver con sus propios ojos el bacilo. A todo lo largo de la sala había colocado microscopios con preparaciones en las que estaba ese microbio. Fue un momento estelar de la humanidad en la que por fin se descubría qué causaba esta enfermedad devastadora. Se enfrentaban dos teorías, la que lo atribuía al aire putrefacto, denominada miasmática, y la que demostró Koch, la contagionista. Para apoyar una y otra se especulaba sobre la causalidad, que criterios habría de cumplir. Uno de los más interesados en ese ejercicio era Henle, suegro de Koch e importante patólogo. La demostración de 1882 arrojó luz en esa especulación: para que una causa lo sea debe estar siempre cuando haya consecuencia, nunca si no la hay y si se introduce experimentalmente, se debe producir la consecuencia. Eso lo cumplía, en su opinión, el bacilo de la tuberculosis. Con ese modelo avanzó de manera espectacular la ciencia médica durante 80 años. Hasta que las enfermedades que denominamos crónicas cuestionaron ese razonamiento.

Ya entonces se tenía un modelo epidemiológico que persiste: agente-medio-huésped. Con él se postulaba que una enfermedad es el resultado de la interacción de esos tres elementos. Que no todos los huéspedes responden igual a la agresión del agente y que el medio lo modula. Así se explicaba por qué unos enfermaban y otros no cuando habían estado expuestos a las mismas circunstancias. Pero eso no hizo revisar el postulado de suficiente: si el bacilo estaba en el cuerpo, la tuberculosis era inevitable.

El conflicto surgió cuando Bradford Hill tuvo que convencer a la sociedad de que el tabaco era una causa de cáncer de pulmón. Con Doll había hecho un estudio en el que comparaba la frecuencia de fumadores entre los que tenían cáncer y los que no. Ésta era significativamente más alta en los primeros. Pero entre ellos los había que no fumaban, así como había fumadores entre los que no tenían cáncer. No se cumplía ningún criterio: qué hacer. Pues desmontar ese razonamiento. Y lo hizo desde una perspectiva que hoy domina la ciencia médica: la estadística y la multicausalidad. Esto segundo es de una importancia capital y viene a completar algo que ya se sabía: la dosis y los periodos de incubación. De manera que una causa lo es cuando actúa dentro de un anillo causal, con la dosis adecuada y en el momento preciso del proceso que éste desarrolla. No puede uno atribuir al tabaco un cáncer ocurrido hoy si sólo fumó el último mes, aunque fueran 7 paquetes diarios. Y es difícil atribuirlo a un fumador que lo abandonó hace 40 años.

Encuentro que esta forma de razonar puede ser de gran utilidad. Por ejemplo, hubiera respondido de igual manera, con un crecimiento del sentimiento independentista, la sociedad leonesa si la Diputación hubiera hecho el mismo adoctrinamiento en escuelas, medios etcétera que la catalana. Seguramente no, porque en esta última había una susceptibilidad. Es interesante el periodo, largo, de incubación. Pero más interesante es la multicausalidad, el cúmulo de circunstancias que están actuando en conjunto con ese agente provocador.

Es peligroso fiarse sólo de la razón, pero ése es el mejor instrumento que tenemos para operar en el mundo. La deformación, si se puede decir así, de la realidad que nos transportan los sentidos se corrige, dice Santayana, con la imaginación. Esa formidable facultad que sin control nos puede llevar a equívocos, por eso la corregimos con el razonamiento. Lo mismo que este debe vigilar la intuición, la forma más común de tomar decisiones. Pero también la intuición, o adivinación, completa o llega donde el razonamiento no alcanza. Cómo combinar en cada situación y dar el protagonismo adecuado a intuición y razón es uno de los retos con los que nos enfrentamos.

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