Aunque es evidente que la vida no es justa, es gratificante que, aunque sea de largo a largo, se cumpla ese refrán que repetía mi abuela de «a cada cerdo le llega su San Martín». Ahí está Harvey Weinstein, uno de los productores de cine más influyentes del mundo que ha sido despedido de su propia compañía, su mujer lo ha abandonado y toda la profesión le ha dado la espalda, tras hacerse públicas las acusaciones de acoso sexual por parte de decenas de mujeres, algunas de ellas consagradas actrices, que hasta ahora habían permanecido en silencio. Por lo que se va sabiendo, el productor aprovechaba la inexperiencia y el deseo de triunfar de chicas jóvenes, algunas menores, para intentar llevárselas a la cama. Desde que el pasado 6 de octubre The New York Times destapó el escándalo, los testimonios de mujeres que se han confesado víctimas de este depredador no dejan de sucederse. La primera en denunciar públicamente al productor por acoso sexual y violación en 2004 fue la actriz Lucia Evans. Posteriormente han ido apareciendo nombres como Rosanna Arquette, Asia Argento, Ashley Judd, Kate Beckinsale, Heather Graham o la modelo y actriz británica Cara Delevigne a quien el productor intentó forzar en una habitación de hotel. Las últimas en confesar que Weinstein intentó ponerles las zarpas encima han sido Angelina Jolie y Gwyneth Paltrow cuando tenían 21 y 22 años respectivamente. Los casos de acoso sexual se remontan a principios de los 90 y, según parece, los años no han aplacado al productor. Su táctica era aprovecharse de actrices jóvenes prometiendo impulsar sus carreras a cambio de favores sexuales, una insoportable práctica tan vieja como el mundo.

Lo que una se pregunta es ¿por qué sus víctimas no lo denunciaron antes? Por lo visto llegó a acuerdos con ocho mujeres para que tuvieran la boca cerrada, pero, en otros casos, simplemente las acosadas callaron incluso cuando, con el paso del tiempo, se convirtieron en poderosas estrellas. Jolie y Paltrow aseguran que no lo hicieron público por las amenazas del productor de acabar con sus carreras. A los 20 años se entiende, pero ¿por qué no después? Delevigne, por su parte, afirma que no lo denunció porque se sentía culpable y por no herir a la familia de Weinstein. Miedo, vergüenza, sentimiento de culpabilidad, aceptación de una práctica que se cree inevitable... Todas callaron. Si esto ha estado pasando impunemente años y años entre gente rica y famosa, ¿qué no pasará en otros ámbitos con mujeres más pobres, más necesitadas y más indefensas?