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El portazo de Trump en la UNESCO

Donald Trump imprime velocidad a sus habituales desprecios hacia las instituciones internacionales, pactistas por definición, con la salida de Estados Unidos de la Unesco, el organismo de las Naciones Unidas que se encarga de velar por la educación, la ciencia y la cultura, y que es mundialmente conocido por seleccionar y vigilar los enclaves considerados patrimonio de la Humanidad. Washington justifica su retirada, que se hará efectiva a finales de 2018, en el presunto "sesgo contrario a Israel" de la organización, que acoge a casi 200 países. Alega que la presencia de Palestina y la "preponderancia" de muchas naciones árabes en la toma de algunas decisiones demuestran este hipotético antisemitismo. Lo cierto que es la marcha de la superpotencia norteamericana no sólo evidencia las pretensiones unilaterales de su presidente sino que asesta un duro golpe a la lucha global contra el analfabetismo y en favor del acceso de los niños al conocimiento.

Porque la Unesco es una pieza clave para el progreso cultural y social en muchos países, especialmente en los que tienen unos bajos índices de desarrollo. Sus asesores son fundamentales a la hora de diseñar las políticas educativas en numerosos rincones de la Tierra y absolutamente imprescindibles para la supervivencia de tesoros culturales y naturales, sobremanera en lugares donde no existe la suficiente sensibilidad conservacionista. Todas estas campañas precisan del compromiso explícito y decidido de las naciones ricas, que aportan casi toda la financiación y comparten después con las pobres la toma de decisiones.

Es precisamente este ejercicio de "generosidad" lo que nunca ha gustado a la administración Trump, que también ha puesto el grito en el cielo por el reparto de las responsabilidades económicas en otras instituciones como la OTAN, que no cuentan precisamente con la misma naturaleza pacifista de la Unesco, protagonizado incluso sonadas polémicas con otros líderes mundiales, como Angela Merkel. Así que el "antisemitismo" que aduce el presidente estadounidense, que apenas había realizado hasta ahora gestos de este calibre hacia Israel, parece antes la excusa perfecta para dar un portazo que un argumento sólido, por más que ya Obama en 2011 dejara de pagar parte de su aportación debido a la entrada de Palestina en el club.

La Unesco, surgida en los años cuarenta al calor del impulso reconstructor de la Postguerra, tendrá ahora que rediseñarse si quiere que sus campañas sigan siendo viables. Desde una óptica optimista, se puede decir que no es ni mucho menos la primera crisis que atraviesa (Estados Unidos, sin ir más lejos, la abandonó por primera en 1985 para volver años después a su seno) y que puede aprovechar la coyuntura para atajar algunas de sus disfunciones. Porque lejos de ser un organismo perfecto, a menudo se convierte en un gran establo donde políticos de todo el mundo encuentran abundante pienso o coartadas incluso para aplicar recortes a derechos fundamentales, como la libertad de prensa. Lo que está claro es que su misión superior seguirá siendo necesaria. Como lo era en 1957, cuando la Sudáfrica del apartheid se convirtió en el primer país que la abandonó, aduciendo intromisiones en sus "problemas racionales". El supremacismo siempre ha estado reñido con los foros multilaterales.

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