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Contumacia alemana

La Unión Europea es una comunidad que siempre parece estar viviendo circunstancias cruciales que luego consigue superar (más o menos). En la reciente crisis hubo un momento en que llegó a plantearse muy seriamente la viabilidad del euro. No se produjo, seguramente porque el Banco Central Europeo (BCE) sacó la artillería. Cuando era un clamor que la unión precisaba políticas expansivas desde Bruselas y desde las principales capitales para reactivar las economías de los países, como España, que fueron rescatados total o parcialmente, Alemania y los halcones del norte impusieron una política de austeridad que muchos consideraron suicida y que se sustanció en reformas liberales y control estricto del gasto público. Vistos los resultados macroeconómicos de España, Portugal e Irlanda -incluso, de Grecia- parecería que el tiempo les ha dado la razón, pero esas economías están dopadas por las políticas monetarias impulsadas por Mario Draghi desde el BCE pese al evidente malestar del cancerbero Wolfgang Schäuble, el todopoderoso zar de la economía alemana que ahora pasa al retiro del Bundestag. Un personaje cuyas directices siguen crucificando a tantos ciudadanos de los países afectados para los que la recuperación es una quimera.

Así que la gran incógnita a despejar es qué sucederá cuándo Fráncfort retire los estímulos y empiece a subir los tipos el año que viene. Las políticas del BCE, en cualquier caso, deberían permitir ganar tiempo para que los socios europeos acometan reformas tendentes a una mayor integración europea, sobre todo ahora que el auge de los nacionalismos -como el catalán y su posible efecto arrastre en otros separatismos que alberga el continente más o menos larvados, pero también el francés de Le Pen o el de los de Alternativa por Alemania- amenazan el proyecto. Si Europa quiere seguir siendo una potencia en un mundo escorado hacia el Pacífico, no le queda otra que tender cada vez más a ser y actuar como una sola voz.

Tras el alivio generalizado que significó la victoria de Emmanuel Macron en las presidenciales francesas se ha hablado mucho de la recuperación del eje francogermano para impulsar la UE. Parecía posible. El problema es que las legislativas de septiembre han dejado un panorama endiablado en Berlín, con el ascenso de la ultraderecha y la debilidad de la Gran Coalición. Angela Merkel debe apoyarse ahora en otros socios y estos no son tan europeistas como los socialdemócratas.

Puede que haya sido por este motivo o simplemente porque Berlín sigue con el erre que erre del que no se bajó durante la crisis ni que se lo pidiera el mismísimo Dios, pero lo cierto es que Merkel ya ha vuelto a marcar el territorio económico de la futura Europa y ha rechazado las ambiciosas propuestas del emergente e hiperactivo Macron. Berlín ha puesto el grito en el cielo ante varias iniciativas clave del presidente francés y del máximo dirigente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, como que la UE tenga un presupuesto del euro, un seguro de desempleo común o que se mutualice la deuda europea, un caballo de batalla que ya perdió su carrera durante los años de la Gran Recesión. Merkel solo se aviene a crear un Fondo Monetario Europeo si al rescatar países estos se someten a una estricta condicionalidad en forma de reformas, lo que en la práctica implica no moverse ni un milímetro de las políticas impuestas para salir de la crisis. Eso, en esta Europa errabunda, puede ser un grave error.

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