«What the hell am I doing here?»

Creep (Radiohead)

Debajo de la imagen de Gloria Fuertes que todos conocimos en la televisión a finales de los años 70 y principios de los años 80, latía una poeta de verso en pecho y de noches de insomnio que quiso escribir desde muy joven para denunciar lo injusto de la vida. Una mujer que supo vencer a una España de hierros y caspa, como dijo Francisco Nieva, para vivir ajena al qué dirán y que tuvo como horizonte diario la consecución de la felicidad. Si la consiguió es otro cosa.

Con una juventud marcada por la guerra civil y una posguerra de hambre y privaciones su poesía tuvo siempre un aire de verdad y rebeldía pero también un halo de melancolía incluso en los poemas que pretendían ser alegres porque, como dijo la propia Gloria Fuertes, «ni la vida se va/ ni el corazón se para/ es el dolor acumulado el que/ cuando no lo soportas/ te aplasta». En su poesía de carácter marcadamente social siempre hubo un sitio para las prostitutas, los pobres, los animales, los niños y hasta para los feos, pero sobre todo para la soledad, el amor y la muerte, tres temas que son la base de su obra poética y que encontramos en libros como Historia de Gloria (1980) o en el magnífico Mujer de verso en pecho (1995).

Para remediar el olvido al que ha estado sometido la poesía para adultos de Gloria Fuertes se ha publicado hace unos meses -con ocasión del centenario de su nacimiento - el excelente El libro de Gloria Fuertes. Antología de poemas y vida (Blackie books, 2017) con edición a cargo de Jorge de Cascante en el que se recogen un buen puñado de sus poemas así como fotografías de ella, de personas muy cercanas que marcaron su vida y de sus objetos personales.

Tuvo Gloria Fuertes una de esas vidas con las que se podría hacer una película no sólo por lo sorprendente y divertida que fue en ocasiones -a pesar de lo triste de su experiencia en la posguerra y de que su familia le diera la espalda- si no sobretodo por la valentía que demostró en oponerse a esa parte de la sociedad española de los años 50 y 60, pazguata y gris, que se sentía muy a gusto viviendo en una dictadura amparada por el tradicionalcatolicismo. Conoció a los escritores, artistas y poetas más importantes de la generación de los 50 que siempre la tuvieron como una rara avis, una compañera que formaba parte de un variado grupo de mujeres que compartían vida y casa y que se apoyaban mutuamente. Eran los años en que escritores como Jaime Gil de Biedma o Agustín Goytisolo ayudaban al lento despertar de la cultura española después del desastre de la guerra civil y la cruel represión que parecía que nunca iba a acabar.

Gracias al gran amor de su vida, la norteamericana Phyllis Burrows, tuvo la oportunidad de dar clases de literatura española en la Universidad de Bucknell entre 1961 y 1963, años en los que era habitual que su nombre apareciese en revistas de literatura norteamericanas y en los que compaginó sus clases con lecturas públicas de sus poemas. Cuesta poco imaginar qué debió suponer para una mujer en la plenitud de la vida salir de la oscura España de los años 60 para irse a vivir a EEUU, un país en plena efervescencia de reivindicación de los derechos sociales y civiles que después se extendió a Europa.

«Nunca en la mañana/ pienso en la mañana./ Sólo por la noche/ cuando cierro el broche del día/ pienso en todo lo divino y humano/ y escribo como si me llevaran la mano./ Después/ me acuesto a olvidar/ para recordarte sin obstáculos». En sus poemas encontramos ese rastro de soledad y de tristeza, admitido pero no compartido, del que ha visto suficiente envidia y miserias en la vida y toda la injusticia que una persona es capaz de asumir.

Después de la guerra Gloria Fuertes hizo de todo para sobrevivir en aquel Madrid que, según Dámaso Alonso, era «una ciudad de más de un millón de cadáveres». A pesar de las privaciones y de la represión hubo personas que supieron sobreponerse y escribir poesía y novela en las que, burlando la censura, trataron de contar cómo era la vida de los vencidos. Faltaban muchos años para que volviese la libertad a España pero hubo hombres y mujeres, como Gloria Fuertes, que nunca perdieron la esperanza de que en nuestra sociedad volviese a crecer la fraternidad y la igualdad de oportunidades.

A Gloria Fuertes le gustaba escribir y estar sola porque sabía que en el fondo no estaba sola. «Cuando me quedo sola/ ya no me quedo sola./ En mis brazos/ que aún tienen la forma de tu cuerpo/ danza un perfume que no existe en las flores».

Murió en 1998 en un hospital de Madrid. Su amiga la cantante Mari Trini estuvo sentada junto a ella, en su habitación, cantando canciones con su guitarra hasta el último momento.