En la página web del IES La Asunción podemos encontrar, entre la variada información relacionada tanto con el funcionamiento burocrático como con el académico y docente del centro, un «Diccionario de personajes de la mitología griega». Me ha encantado, porque desde que era un niño me ha apasionado la mitología griega. Una de las primeras lecturas que recuerdo, con cinco o seis años, fue un libro de mitos y leyendas griegas, que incluía las de Perseo, Teseo y Jasón y Los Argonautas. Unos años más tarde, pude también disfrutar de la lectura de La Odisea y de La Ilíada, gracias al magnífico servicio de «Bibliobús» que ya por aquel entonces ofrecía el Ayuntamiento de Elche.

Uno de los personajes que aparece en el diccionario del IES La Asunción es Antenor. Según esta fuente, Antenor fue «?durante la Guerra de Troya, consejero del rey Príamo de Troya. Siempre abogó por una solución pacífica entre los griegos y los troyanos. Apoyó la solución del problema, con un enfrentamiento entre Paris y Menelao. Su casa fue respetada durante el saqueo de Troya».

En efecto, Antenor fue un hombre virtuoso e imparcial, hecho que propició que los griegos le perdonaran la vida a él y a su familia cuando tomaron Troya. De hecho, le habían avisado para que colgase una piel de pantera junto a la puerta de su casa, para indicar que ésta no debía ser saqueada. Después de la conquista de la ciudad, Antenor se refugió en el Lacio, y se dice que fundó las ciudades de Venecia y Padua.

Sin embargo, algo no debió quedar muy claro en el comportamiento de Antenor, o al menos eso debió pensar el poeta florentino Dante Alighieri (1265-1321). La más famosa obra de Alighieri, La Divina Comedia, se divide en tres partes: el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso.

El infierno, según Dante, se divide en un «ante infierno» y un infierno compuesto por nueve «círculos», círculos que, en principio y que yo sepa, no sirvieron de inspiración al líder de Podemos para crear los suyos.

En el ante infierno moran los cobardes, que en vida no hicieron ni el bien ni el mal, condenados a correr eternamente tras una bandera que no tiene ningún significado. En los nueve círculos del infierno penan, respectivamente, los muertos sin bautismo, los lujuriosos, los golosos, los avaros y pródigos, los iracundos e indolentes, soberbios y envidiosos, los herejes, los violentos, los fraudulentos y los traidores.

Precisamente, dentro de la categoría de los traidores, Alighieri distingue cuatro categorías: los que traicionaron a su familia, los que traicionaron a sus amigos, los que traicionaron a su señor y los que traicionaron a su patria. Estos últimos purgan su traición en la Fosa Antenora, nombre que hace referencia al mencionado Antenor de la mitología griega.

Hoy en día, el concepto de patria y de traición a la misma no puede ser el mismo que hace ochocientos años. Por mucho que algunos nos aburran constantemente repitiéndolo, hay un concepto muy claro: en las sociedades avanzadas y democráticas no existen los derechos colectivos. Todos los ciudadanos tenemos unos derechos individuales que emanan del ordenamiento jurídico establecido.

Por eso, a los oídos de cualquiera que haya leído algo y que haya viajado un poco, le chirría la idea de los «derechos de los territorios», o la de la «lengua propia de un territorio». Ni los territorios son sujetos de derecho ni los valles y las montañas hablan; son los ciudadanos los que lo hacen.

Se ha asumido con demasiada naturalidad en los últimos tiempos el concepto de normalización lingüística, para definir el intento por recuperar en un determinado territorio la lengua que antes se hablaba y que sus habitantes abandonaron por criterios estrictamente de realismo lingüístico. Es un hecho incuestionable que, en términos generales, la lengua que más atrae, por cuestiones prácticas, a los ciudadanos del conjunto de España, es el español.

Por supuesto, no quiero decir con ello que las personas que, haciendo uso de su libertad individual, quieran elegir para comunicarse el catalán, el vasco, el gallego o el valenciano no puedan hacerlo; pero, al tiempo, sí cabe afirmar que ese respeto ha de ser biunívoco, aceptando también al que no sienta interés por hacerse bilingüe y prefiera expresarse únicamente en castellano.

Del mismo modo que las lenguas no pertenecen a los territorios, sino a sus hablantes, cabría preguntarse a quién pertenece el patrimonio arqueológico, al territorio donde fue hallado o a quien sabe cuidarlo y valorarlo. En el Museo Británico, por ejemplo, se pueden admirar unos magníficos frisos que pertenecieron al Partenón de Atenas. El gobierno griego ha reclamado en muchas ocasiones que esos frisos fueran devueltos a su lugar de procedencia, pero lo cierto es que en Londres se les ha dado la relevancia que merecen e incluso se ha evitado su desaparición.

Otro tanto nos puede pasar a los ilicitanos con la Dama de Elche. Perdonen la petulancia, pero en mi artículo de esta misma sección, publicado el día 22 de septiembre pasado, ya advertía que Jaén, con su magnífico «Museo Internacional de Arte Íbero», a punto de ser inaugurado, se nos podía adelantar. Pues bien, en la edición del pasado miércoles, INFORMACIÓN publicaba una noticia titulada «Jaén también pretende a la Dama», en la que el director del museo jienense no descartaba solicitar la cesión del busto para su exposición inaugural.

La reacción de nuestro Ayuntamiento, a través de la portavoz del equipo de gobierno y, a la sazón, concejal de Cultura, fue de extrañeza porque en Jaén piden la Dama de Elche y no la de Baza. Señora Maciá, hay tantos motivos para que la Dama vuelva, aunque sea temporalmente, que no se pueden exponer aquí, pero debo reconocer que su razonamiento me ha dejado perplejo.