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Luis M. Alonso

Banalización de la Historia

Con tanto deslenguado se sale a docenas de excesos por minuto

La zafia y oportunista discusión de los políticos contribuye con frecuencia a la banalización de la historia. Para evitarlo la presidenta del Congreso se vio obligada a impedir que en el libro de sesiones de la Cámara figurase la calificación de falangista referida a Albert Rivera por parte del nacionalista Carles Campuzano, que se negó además a retractarse después del exceso cometido. Si tiene dos dedos de frente hoy ya se habrá arrepentido de ello, porque se trata de una enajenación estúpida. Lo mismo, eso sí, que se cometen otras. En este país de deslenguados salimos a varias docenas de excesos por minuto. Pero Rivera no es un falangista, por mucho que su apellido permita una asociación fácil con el fundador de la Falange. No pretendo siquiera detenerme en explorar adónde nos llevaría Campuzano.

Ocurre igual cuando el portavoz del Congreso del Partido Popular se refiere a los dirigentes de la revuelta independentista catalana como nazis. ¿Acaso no existen otros adjetivos más precisos para calificarlos y menos banalizadores del horror? Técnicamente se les pueda llamar golpistas sin tener que recurrir a la magnitud de lo incomparable del III Reich. Hay, no se puede negar, una conducta cercana a los planteamientos supremacistas del nazismo en Junqueras cuando se entretiene en destacar las diferencias genéticas entre españoles y catalanes. Existe ese tufillo, pero a mí no se me ocurriría tildarlo de nazi en una sesión parlamentaria.

Desconozco los méritos contraídos por Rivera en defensa de la Constitución para que Campuzano lo llame falangista. No le veo muchos. Y como jamás dijo Diógenes, "el Movimiento se demuestra andando".

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