Anda nuestra España, convulsa y tensa. Una parte de la piel de toro se ve sojuzgada y oprimida y desea emprender su camino en soliloquio; quiere dar un portazo cual fractura de relación amorosa, la que fue bonita mientras se mantuvo, y ahora se troca desafecta y herida. No es un buen día. Siento tristeza, mucha tristeza. Pero vendrán tiempos de concordia y reconciliación. No será el dia 2.0, tampoco el 3.0, porque rezumarán todavía jirones, desgarros de un odio contenido. ¿Por qué? me pregunto. Pasará un tiempo y se recompondrán las figuras. Otros actores vendrán y hablarán para enderezar el rumbo colectivo.

La democracia herida, sí, herida- como se intitulaba el libro de A. Guerra (Espasa 1997). Falta respeto, falta cariño, se adolece de hombres y mujeres de Estado, sobran gruñones y chulipandrias. Falta querencia. Hay demasiadas autosuficiencias y engreimientos. Y fíjense que todos nos necesitamos. Y me preguntarán ¿por qué estamos así, entonces? Mi respuesta es simple: por la falta de ideas (llámase ignorancia anudada a la mendacidad) y exceso de testosterona.

¡Cuántas mentiras se han lanzado impunemente, sin que se contradijera el relato! ¿Dónde ha estado la explicación sosegada, mensurada y científica de las personas que conocen nuestra historia? ¿Dónde el debate serio y clarificador para la ciudadanía? Pero no podemos contradecirnos a nosotros mismos: los límites nos los damos los propios ciudadanos cuando aprobamos las normas. Y no podemos asaltarlas ni noquearlas. No podemos blandirlas, en lo alto de un mástil, ante el «colectivo», como un trofeo mofándose de las mismas y de las resoluciones que dictan quienes están legitimados para decir el Derecho. Eso sería el caos.

Sí, creo que hay una auténtica crisis de las ideas. Hay muchos actores que deben pasar ya a la «reserva» forzada. Máxime en los tiempos que corren en que se ha rebajado considerablemente el nivel de mínimos aceptable. Nos quedan tantas cosas por hacer, que parece absurdo y ridículo que todo pueda girar en torno a conformar un lar en un espacio diferente, para mirarse el obligo y, acto seguido, decirse: «¡Ah, es mío!». Una nimiez en el océanosde problemas que nos circundan. Cuando todo se proyecta en un mundo global, cuando somos más fuertes desde el colectivo, nos viene la «unicidad», una visión alicorta de la vida. Cuando el Estado social está siendo zarandeado y vilipendiado, se nos machaca con el ombliguismo político y cortedad en las alas. Remontad el vuelo, largo y fuerte -nos dirán quienes han vivido esta historia alguna vez-.

Ante la injusticia y la intolerancia, debemos responder con poesía. Miguel Hernández, en su libro El hombre acecha (1939) blandía el corazón de la esperanza en tiempos de la sinrazón cainita. Nos decía: «El odio se amortigua detrás de la ventana/ Será la garra suave/ Dejadme la esperanza». Pedimos eso, que no nos arrebaten la esperanza.