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José María Asencio

Vuelva usted mañana

José María Asencio Mellado

No a negociar la independencia

La deriva de los primeros espadas del proceso y su entrega incondicional a las CUP, cuya radicalidad es muestra del desvarío mental de los herederos del anarquismo catalán, explica que solo mediante la imposición de la ley, que expresa la realidad, se podrá poner fin a la locura de aquellos y evitar a los catalanes males mayores.

Toda apelación al diálogo con quienes han perdido el orate, el sentido común, se han alejado de la realidad y viven sumidos en una alternativa que solo existe en sus dañadas mentes, es absurda y propia exclusivamente de quienes se ponen de perfil y anteponen sus intereses partidistas o sus inquinas políticas a las exigencia del Estado de derecho. Nada hay que hablar con quienes pueden estar a pocos pasos de la cárcel, inevitable ante la comisión de gravísimos delitos, ni con quienes no quieren salir de su sueño, pesadilla para todos, incluso para los que han sido víctimas de su demagogia y sus estrategias mantenidas durante años. Estos, los catalanes, aunque no lo sepan, han sido sometidos por las consignas más burdas de una ideología que exige elevar la propia consideración y el victimismo frente a un Estado opresor y unos conciudadanos menos prósperos, que roban al que se cree superior, incluso con deslices hacia factores sanguíneos y raciales que rozan el disparate. Son víctimas y como tales han de ser tratados, especialmente informándoles de toda la sarta de mentiras que los ha cautivado.

Con quienes delinquen no hay diálogo posible, pues ese diálogo seria ilícito si supone concesiones, tolerancia o negociación respecto de su actividad ilegal. Y los secesionistas quieren que se les reconozca algo que no está permitido por la ley. No solo es la dignidad del Estado de derecho la que no permite consensuar el delito y tolerarlo, sino la de todos los que hemos aprobado las leyes vigentes. Otra cosa es que algunos vean en el movimiento catalán una suerte de manifestación de una revolución que ansían y promuevan la algarada al verse ignorados por el futuro. O que otros intenten sacar rentabilidad inmediata de sus posiciones equidistantes o complejas. En esta crisis se han retratado algunas formaciones y no convendría olvidar su carencia de convicción o de firmeza para defender las bases del sistema democrático.

No. Con Puigdemont y su séquito no cabe el diálogo. Deben irse los causantes de esta iniquidad hacia el sistema democrático, la ciudadanía, la verdad y la realidad. Han sido y son copia burda de los líderes nacionalistas que tanto daño hicieron en países que sufrieron las consecuencias de sujetos como éstos, ciegos, fanáticos y demagogos.

Los que hablan de mediación ignoran cuestiones elementales de toda mediación. Y es que solo se puede mediar sobre materias disponibles y entre quienes pueden disponer libremente del objeto del acuerdo. Y en este asunto, ni la independencia es negociable por ser ilegal todo convenio al respecto salvo una previa reforma constitucional, ni Cataluña es titular de ninguna potestad o poder que le faculte para discutir con España sobre esa ruptura. Porque, Cataluña no es una nación con soberanía, sino una parte de España. Negociar con Cataluña significaría atribuirle una potestad de la que carece, caer en una trampa peligrosa, pues sería tanto como reconocerle indirectamente soberanía.

Proponer una mediación es tanto como reconocer indirectamente a Cataluña como sujeto de un posible acuerdo y entender disponible lo que la ley prohíbe. Significa, de ahí su insistencia, ganar la partida antes de comenzarla. No son los secesionistas tan torpes y se mueven bien en las medias palabras y estrategias opacas, aprovechando a la par la ligereza de muchos que, en su bondad aparente, hablan sin reflexionar sobre el sentido de sus palabras y los efectos de sus actos.

No hay, pues, margen alguno para el acuerdo sobre una materia que, conforme a nuestra Constitución, no es negociable y mucho menos con quien carece de legitimidad para negociar lo que no le corresponde, lo que no es suyo, ni de su titularidad.

Declare hoy Puigdemont la DUI o la retrase, debe el Estado intervenir en Cataluña suspendiendo la autonomía inmediatamente, salvo que se produzca la derogación expresa de la llamada Ley de Transitoriedad, Mientras que esa ley permanezca vigente en el espacio catalán y ellos consideren que es la única legalidad a la que quedan sujetos, el problema permanecerá, aunque dilatado en el tiempo. Lo saben y que ese tiempo puede darles alas para profundizar en el desgarro de la sociedad y en su empobrecimiento, lo que consideran que beneficiará sus proyectos, pues al precio que sea buscan culpabilizar a España de su obsesión. Les es indiferente que todo vaya a peor. Incluso lo buscan desesperadamente, pues necesitan mártires y verdugos. Pongamos remedio antes de que causen males mayores y nazca el conflicto que ansían. Lo están diciendo y parece que algunos no les escuchan.

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