En la noche del 25-9-1847 se inauguró el Teatro Principal de Alicante, que sustituía al viejo teatro Español de la calle Liorna. Casi dos años atrás, el 10-10-1845, varios comerciantes de la ciudad se habían reunido en las oficinas del notario Cirer, para otorgar escritura por la que se asociaban para la construcción de dicho teatro en la plaza del Barranquet del barrio Nuevo. El 28-1-1846 fue colocada la primera piedra bajo la atenta mirada del arquitecto Emilio Jover, el cual entregaría el edificio totalmente terminado veinte meses después, previo pago de 200.000 pesetas.

Manuel se resistió a asistir a aquel evento, pero al final accedió ante la insistencia de su esposa. Estrenando frac y chistera, marchó con Juana aquella noche al flamante y generosamente iluminado teatro, que ocupa un plano de 60 metros de fondo por 30 de fachada y 23 de elevación, de orden dórico, con seis enormes columnas que sostienen un elegante ático.

Hacía cuatro meses que el comerciante Manuel Carreras Amérigo, de 53 años, había regresado del exilio, tras participar en un levantamiento contra el gobierno moderado a principio de 1844. En su ausencia, Juana Bellón Laviña, de 51 años, a duras penas había logrado mantener vivo el negocio de su marido.

En la entrada y vestíbulo se encontraban todos los alicantinos de relevancia, mucho más interesados en participar en un evento social sin precedentes, que en asistir a la representación del drama de Gil y Zárate «Guzmán El Bueno».

Damas cubiertas por graciosas tocas que tapaban sus moños altos, y damiselas con gruesos tirabuzones y ajustados corpiños, entraban en el vestíbulo entre el frufrú de sus vestidos de seda y del brazo de sus esposos, padres o prometidos, pisando con sus zapatos de raso el grueso tapiz que alfombraba el piso hasta el patio de butacas y la escalinata por la que se accedía a los palcos.

En la entrada del salón alumbrado con lámparas colgantes, paredes doradas, zócalos de mosaicos y calados arabescos era recibido tan distinguido público, flor y nata de la sociedad alicantina, por los comerciantes fundadores del teatro, que se hallaban alineados, engalanados y risueños, acompañados casi todos ellos por sus respectivas esposas.

Manuel y Juana saludaron a su hija Juanita (en cinta por tercera vez), que acompañaba a su esposo, Antonio Campos Doménech (director de la tercera casa importadora de la ciudad, por un valor de un millón y medio de reales). También saludaron al amigo y aliado de su yerno, el alcalde Tomás España Sotelo, antiguo progresista que ahora disfrutaba de los favores de Mariano Roca de Togores, primer ministro de Comercio, Instrucción y Obras Públicas. Tomás era el cuarto importador alicantino (por un valor de casi 1.300.000 reales, con una riqueza urbana de 13.480 reales, más de 6.000 de rentas y 2.400 de contribución pagados ese año) y estaba acompañado de su segunda esposa, Josefa Blázquez, 18 años más joven que él y con la que ya tenía un hijo de varios meses de edad.

Detrás del alcalde y su esposa se encontraba la hilera de fundadores del teatro. Manuel se vio obligado a estrechar las manos de aquellos hombres, muchos de los cuales aborrecía profundamente. Como Pascual Vassallo Martínez, padre de la que había sido la primera esposa del alcalde. Unos pasos más adelante, Manuel apretó los dientes mientras saludaba a dos condes: el de Santa Clara y el de Casa-Rojas. Este último, anciano pero con fama aún de mujeriego (segundo propietario urbano con una riqueza de casi 40.000 reales y unas rentas de parecida cuantía) se hallaba acompañado de su esposa, marquesa del Bosch, de su hija Luisa y de su primogénito, un joven de 28 años, casado hacía seis con una linajuda muchacha ( María del Rosario Galiano y Enríquez de Navarra) también presente, y que, tras un largo viaje por Europa visitando baños termales, había remodelado el balneario de Aguas de Busot, propiedad de su madre, convirtiéndose así en el principal impulsor de las temporales visitas de familias de la Corte en Alicante y su comarca.

Pero el tormento para Manuel no acabó con el saludo a los fundadores del teatro, ya que en el mismo vestíbulo hubo de cumplimentar a muchos otros hombres y mujeres, pese a sentir escasas simpatías por la mayoría de ellos. Allí estaban, entre otros, sus consuegros, Antonio Campos Gil, de 62 años (cuarto mayor propietario urbano, con una riqueza en inmuebles superior a los 27.800 reales) y Vicenta Doménech, de 57, a los que acompañaban sus dos hijas mayores: Teresa y Rosa. Y también a J osé Bas Bellido, tan gentil y elegante como siempre (frac azul con botones dorados, chalina de encaje prendida con broche brillante, pantalón ajustado y zapatos de charol), prior del Tribunal de Comercio y primer importador alicantino (por un valor de 4.821.710 reales, y con una riqueza urbana de casi 17.500 reales), quien les presentó a su esposa, Piedad Moró.

Aunque no se acercó a saludarles, también vio Manuel a otros viejos conocidos a los que detestaba en diferentes grados: el regidor José Minguilló Boluda, quien se hallaba en un rincón del vestíbulo embutido en un frac marrón y junto a su esposa, Dolores Calvo; el también regidor barón de Finestrat (que disfrutaba de una renta superior a los 21.200 reales), formando corro con su esposa, hermano y cuñada; el mayor de los propietarios urbanos de Alicante (con una riqueza valorada en 45.604 reales), Mariano Oriente, el cual se hallaba en medio de una animada conversación con Guillermo O'Gorman (tercero de los propietarios urbanos, con 31.600 reales de riqueza en bienes raíces), al que acompañaban su esposa y su joven hija, Guillermina.

Pero también entre aquella gente encontraron Manuel y Juana varios amigos, como Cipriano Bérgez Dufóo, quien les manifestó al saludarles mucho más afecto que su altiva esposa, María Athy. O Miguel España Sotelo, querido por Manuel como un hermano menor, quien estaba con su esposa Antonia Samper. Miguel era comerciante y también había sufrido destierro tras la rebelión de 1844. Sin embargo, su patrimonio no se había visto mermado durante el exilio gracias a la protección de su hermano Tomás, el actual alcalde, que se había preocupado de vigilarlo y aun aumentarlo. Así, a su regreso a Alicante, se encontró Miguel con que sus rentas estaban por encima de los 6.000 reales y su riqueza urbana superaba los 10.500. Agradecido, siguió los consejos de Tomás haciéndose miembro del Sindicato de Riegos de la Huerta y formaba parte como cónsul del Tribunal de Comercio, pero, según había tenido ocasión de comprobar Manuel con gran satisfacción a lo largo de las muchas conferencias que habían mantenido desde su vuelta, Miguel continuaba siendo un hombre comprometido con los ideales progresistas.

Pero fue en el piso principal del teatro (decorado por el artista catalán José Planella con evocaciones de la Alhambra y el Alcázar sevillano) donde Manuel y Juana se reunieron con el matrimonio con quien iban a compartir palco. José Gabriel Amérigo Morales, primo hermano por partida doble de Manuel, había vivido en América los últimos diez años y regresado a Alicante hacía apenas dos meses y medio. Vino acompañado por su esposa, Josefa Rouviere (de 35 años), y sus tres hijos: Josefa, de 8 años; Federico, de 7; y Gabriel, nacido hacía tan solo unos meses. Residían en la mansión (situada en Mayor 3) que el hermano de él, Juan Francisco de Paula, había comprado con el dinero que le había mandado previamente, y que el indiano y su esposa habían llenado con los lujosos y exóticos muebles y enseres que trajeron del otro lado del océano.

A sus 40 años, Gabriel poseía una gran fortuna, ganada con sus negocios en varios países americanos. Durante la última década, su hermano había vigilado su empresa alicantina de exportación de vino, licores y conservas, siguiendo siempre sus puntuales instrucciones. A ella había sumado otra de importación de productos americanos, especialmente azúcar y cacao, que le reportaba grandes beneficios.

De manera que Gabriel había regresado muy rico y con intención de aumentar aún más su fortuna invirtiendo su dinero principalmente en bienes raíces y, si fuera preciso, parte de su tiempo en política. De todo esto empezó a hablarle aquella noche a su primo Manuel, al paso que Juana preguntaba a Pepita por la salud de Gabito, pues sabía que el pequeño se hallaba enfermo desde hacía semanas. Pero ambas conversaciones se interrumpieron cuando la orquesta principió el preludio bajo la dirección del maestro Villar.

Al año siguiente, Manuel Carreras volvió a sufrir destierro, esta vez a Filipinas, tras organizar infructuosamente en la provincia alicantina la revolución que recorrió Europa.

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