La declaración en diferido de la independencia de Cataluña comenzó el día en que el Parlament, laminando a la oposición, privándola de sus derechos, dictó las llamadas leyes del referéndum y de desconexión, declaradas inconstitucionales. En ellas se contemplaba un curso de acción inexorable, impuesto por el bloque independentista: la realización de un referéndum ilegal, cuyo resultado, a toda luces previsible, desembocaría en una declaración de Independencia. En esas estamos.

Hay muchos tipos de violencia, bien sean éstas verbales o fácticas, amparadas o no en las leyes. La manipulación es violencia. La imposición es violencia. Hay violencia interpretativa, cultural. Violencia es intimidar al otro, dividir a la sociedad en buenos y malos. Cuando en nombre de un objetivo ideológico se pisotean los derechos de quienes no lo comparten, que son la mayoría en este caso, hay violencia. Violencia es lo que se propone emplear el bloque independentista declarando unilateralmente la DUI a costa de fracturar la sociedad catalana. Porque, como no ignora el propio A. Mas, necesariamente tiene que haber violencia para llevar a cabo la independencia real, es decir, el control efectivo por parte de un poder soberano en el ámbito territorial de Cataluña.

Entretanto el bloque secesionista contra natura, amalgamado en torno a un fin superior, comienza a sentir sus muchas contradicciones. Dando por sentado que sus distintos componentes han leído al Marx del 18 Brumario, no puede entenderse su falta de asimilación. La burguesía despistada catalana porque, siendo defensora del mercado y de los negocios, y sabiendo que el capitalismo no entiende de fronteras, pues penetra por todos los poros de la sociedad (hoy representada por la UE) orquesta un movimiento independentista, propio de otros tiempos, que llena de pavor a las empresas allí asentadas, precedidas por la gran banca, hasta hacer tambalear la fiesta que esperaban celebrar. Una derecha independentista claramente desbordada y desnortada que gira alrededor del núcleo presuntamente anti-capitalista que representa la CUP. Porque esta formación, apropiándose de la calle, en colaboración con una confusa masa que, emocionalmente, les acompaña, no tiene nada de anti-capitalista, ni se orienta a la defensa de los trabajadores. Su único objetivo es sembrar el caos, lo cual les acerca, por extraños caminos, en sus objetivos y métodos, a lo que en otro tiempo supusieron los extremos nacionalismos que asolaron Europa. No es de extrañar por tanto que los demócratas europeos, españoles y catalanes se movilicen contra este sinsentido, que puede no obstante llegar a activar otros excesos nacionalistas y terminar por arrastrarnos a todos a escenarios donde la violencia se imponga por encima de la razón, la libertad y la convivencia pacífica en torno a los valores de la democracia constitucional.

En estas estamos cuando el próximo martes el Sr. Puigdemont comparecerá en el Parlament para dar cuenta de los resultados del ilegal referéndum y?de sus consecuencias. Mucho se ha especulado estos días, en diversos mentideros, de qué tipo de declaración hará; si se abrirán paso las fantasmales mediaciones (¡internacionales! absolutamente impresentables), nacionales u otras formas de diálogo o conciliación, o si se tratará de una declaración de independencia explícita. Pero no nos equivoquemos. La declaración en diferido, como dije, ya se ha producido. Mantenerla en el tiempo es otra manera de enredar y dar alas a las pretensiones secesionistas. Cabe por tanto dejar un mensaje claro y contundente: no cabe otro camino que el secesionismo abandone el desafío a la Constitución y que se restaure el Estado de Derecho. Solo a partir de aquí será posible crear un espacio de negociación que, dentro de la Constitución y de sus reglas de reforma, permita dar una salida democrática al conflicto actual.