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Jesús Javier Prado

Oído, visto, leído

Jesús Javier Prado

Darín y Cía

Con Ricardo Darín y sus interpretaciones pasa lo mismo que con las canciones de los Beatles: no hay una mala. Es casi imposible recordar una película donde no esté a tono, o que no se vea mejorada por su aportación. Darín, además, es capaz de hacer de cualquier cosa: de bueno o de golfo, de malo o de incauto, de funcionario corrupto o de amigo del alma. A Darín le pones a hacer de Pocahontas y seguro que lo clava, con coletas y todo. En su última película estrenada la semana pasada, La Cordillera (mitad política, mitad thriller psicológico), vuelve a dar un recital ejerciendo de presidente de la República Argentina. La película se ve más que bien (buen guión, buena fotografía, buenísima música de Alberto Iglesias y un buen final. Lo peor si acaso, la breve y forzada aparición de Elena Anaya tratando de dar vida a una especie de Oriana Fallaci, pero que no le sale), ayudada además por unas interpretaciones que te crees a pies juntillas, con esa capacidad y calidad que tienen los actores y actrices argentinos para embaucarnos a todos los españoles (y sobre todo, a todas las españolas). Larga vida a Darín, porque es un grande del cine.

Pero no el único. Viene a cuento porque Netflix ha estrenado este septiembre El Puntero, serie argentina realizada en 2011 que gozó de bastantes premios en su país. En la jerga, los «punteros» son los mediadores de los caciques locales en las barriadas marginales, y quien se encargan de conseguirles los votos a cambio de mejoras en los barrios?.y llevándose entre medias lo que pueden (comisiones en negro, promesas de cargos futuros, corruptelas varias). Un primor deben ser los punteros, un primor. Realizada con pocos medios, la serie es una especie de The Wire, solo que en vez de en Baltimore está ubicada en una barriada cualquiera argentina y protagonizada por un tipo que se llama Julio Chávez -que da vida al puntero en cuestión- y que no tiene desperdicio: obsesivo, corrupto a la vez que buena persona, mal padre a la vez que mal hijo, celoso en cuanto a amores, ansioso en el pensar y hortera en el vestir, da todo un recital de interpretación al cual es imposible no caer rendido. Con el añadido de unos secundarios indescriptibles (impagable su compañero de fatigas, otro desconocido para el público español, que lo borda: los argentinos son los que mejores compañeros de fatigas crean, sin discusión?) la serie, modesta, viene bien para salir de la burbuja de tanta serie anglosajona llena de ínfulas, de millones y de «mother-fuckers» y cambiarla por el «pará, boludo, pará?» con acento de arrabal. Den por hecho que alguna vez estarán tentados de verla en versión subtitulada porque algunos diálogos son ininteligibles, pero da igual: con los argentinos no importa tanto el qué sino el cómo, todo un espectáculo. Y encima, te ríes. El Puntero, en Netflix, descubrirán a otro actorazo. Hay vida, y mucha, más allá de Darín.

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