Último 9 de octubre sin televisión autonómica. La nueva, previsiblemente, arrancará para dar cobertura a las Fallas. Será raro que no veamos la Crida en la emisión en pruebas. O la primera mascletá del 1 de marzo. Aunque no sea precisamente el folclore con olor a naftalina el que mueve a los nuevos rectores de A Punt. Si por Empar Marco fuera, el nuevo canal se asemejaría a TV3. Ese es su referente. El espejo donde mirarse. Una televisión entregada a defender una identidad, una lengua (sólo una lengua) con una hoja de ruta bastante clara. Me comentaban algunos compañeros de TVE Catalunya cómo se sienten cuando a los trabajadores de TV3 les dan el tratamiento de héroes mientras a ellos les trasladan el rol de villanos. Insultos incluidos. Solamente por eso, llegados a este punto, deberíamos revisar muy bien qué nueva televisión queremos, y para qué. En cualquier caso, A Punt no aspira a jugar en la liga de TV3 por dos motivos. Primero, presupuestario. Su plantilla va a estar más cercana a la autonómica aragonesa que a la catalana. Y segundo, y para mí todavía más significativo, por los renuentes datos de audiencia que le esperan. TV3 está en 12% de audiencia, la más alta de todas. Aragón TV, en un 9%. A Punt podría oscilar entre un 2 ó 3 %. Valencia no es Cataluña. El comportamiento de los espectadores valencianos no tiene nada que ver con el de los catalanes. Una serie como Merlí arrancó temporada con 510.000 espectadores. Un debate como Preguntes freqüents (sábados noche) es líder. Su equivalente en Valencia y en valencià sería de todo punto irrelevante. Recuerdo el último 9 de octubre con Canal 9 en marcha. Me zampé íntegros los actos institucionales de la mañana. También el documental al que puso voz y guion Santiago Hernández, mi amigo Santi, cantando las virtudes de los honestos valencianos y valencianas de a pie. Fue enternecedor. Ahora ya nada será lo mismo. Nada.
