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Opinión

Viajar

Vamos entrando en el otoño, aunque a estas alturas aún haya días calurosos, pero al menos va quedando atrás esa nueva dolencia tardo veraniega que ya los médicos han tipificado como «el síndrome post -vacacional». Muertos no deja, pero bajas laborales... En fin, lo cierto es que esta es mi siempre esperada estación del año que, por cierto, antes solía venir con su alfombra de hojas amarillentas en los bosques, el viejo viento del norte barriendo calores y el agradable tacto de las chaquetas de entretiempo sobre la piel ya tan castigada. Todo un escenario clásico. Pero ya no es lo que era por culpa del cambio climático del que, parece ser, todos somos culpables. Si vamos como vamos, hasta se acabarán las trepidantes puestas de sol otoñales y entonces oiremos con nostalgia alguna voz que nos alerte de que las cosas están cambiando... Pero, ¿qué hacer para que esas cosas tan bellas permanezcan? ¿Le ven remedio?

Cuando asoma este tiempo tan cargado de romántica añoranza nunca dejo de recordar mis andanzas veraniegas de juventud, cuando en mis primeros escritos en este periódico abogaba por la libertad y rompía una lanza por aquellos que yo llamaba viajeros, con cierta admiración, trotamundos, con envidia, y turistas, con desprecio. Yo era entonces joven y con los bolsillos llenos de utopías (y algunas me quedan). Así que para mí los turistas eran los ricos que viajaban en avión (con el que solo se llega), hablaban de hoteles con «spas», mullidos edredones, pero que en Roma se aburrían con tanta piedra, que si no fuera por los «gelati», la pasta, el café y el buen vino del cual todo el mundo conocía el precio, no hubiera valido la pena el viaje; llenaban las maletas de souvenirs y acababan sabiendo tres o cuatro palabras del país en cuestión. Y cuando ya en el hogar, se sentaban en su sillón y tomando su habitual cerveza, exclaman muy satisfechos: ¡vive Dios, nada como la casa de uno! Y ya solo algunas fotos olvidadas en un cajón, daban fe del viaje.

Pero el viajero era por el que yo rompía una cálida lanza: viajaba si acaso en autobús, no usaba maleta sino mochila donde cabe lo imprescindible por si hubiera que echar mano del autostop, nunca tenía previstas todas las posibilidades del trayecto porque alerta estaba por si surgía alguna maravillosa novedad que rompiera lo previsible. Mi viajero nunca ha valorado, como los demás mortales, el puesto fijo en el trabajo, porque a su inevitable germen de vagabundo que posee siempre le ha inquietado ese sillón del trabajo que le obliga a contemplar durante meses el mismo paisaje de la misma calle de enfrente.

En su habitación, frente a su cama, tendrá un gran póster de un paisaje de otoño lluvioso lleno de brumas por donde un hombre camina... En cambio mi vagabundo prefiere los paisajes al natural. Pero no vayamos a confundir al vagabundo (o trotamundos, bella palabra) con el mendigo. Ambos no suelen tener casa, pero el primero ni la añora, ni tampoco patria. Su modo de ver la vida es tan distinto al del usual gregario, que apenas admite definición. Pero dejemos al turista, y centrémonos en el viajero y también en el trotamundos: ¿será capaz el viajero de prescindir de asilo donde dormir sin temor, porque sobre su cuerpo no se halle el techo? ¿Será capaz, como lo es el trotamundos?

Yo tuve testimonios sobre lo que algunos descubren en esas ocasionales circunstancias, y es esa sensación de libertad que le da a uno la autosuficiencia..., ¡tan gratificante! Desaparece el miedo a la noche y a la necesidad de techo, de cuarto de baño...y entonces se le transforma el mundo en un lugar estupendo en donde habitar, y me consta que las estrellas no resultan nada mal como telón de fondo.

Nada depende de nuestra tarjeta de crédito, lo que agranda caminos y amplía proyectos. Me lo dijo aquel empedernido caminante: «no hay que tenerle miedo a la noche, pues no es más que la hilandera de la madrugada». Nunca lo olvidé. Y ahora, frente a este indeciso otoño, me vienen otros a la mente que, tamizados por la memoria selectiva, me parece que fueron mejores.

P.D: ¿Será la causa de mi pesimismo actual este desconcertante y malhadado Estado de la Nación que hoy desgraciadamente sufrimos? ¡Manera de perder tiempo y dinero con todo lo que hay que resolver!

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