Trapero: «Persona que tiene por oficio recoger trapos de desecho para comerciar con ellos». RAE.

Puñalada trapera: «Traición, jugarreta, mala pasada». RAE.

El domingo pasado -día del infame 1-O largamente gestado y ejecutado con sorprendente impunidad por el secesionismo xenófobo catalán con la complicidad de la policía política de Trapero- se vivieron las escenas más humillantes y vergonzosas que un Estado moderno, democrático y de derecho como el español puedan soportar. No solo el domingo, la anarquía y el caos continuaron días después con la incitación y complacencia del Gobierno de la Generalitat y los partidos independentistas, mientras que el Gobierno de la Nación se escondía en su búnker de indecisión, complejos e improvisación. Aún peor, declinando sus responsabilidades políticas y de gobierno, se cobijaron bajo jueces y fiscales, tras los uniformes de la Guardia Civil y Policía Nacional. Un gobierno del PP que lleva en el poder casi siete años, los mismos que ha tendido para prever lo que todos sabían que iba a ocurrir en Cataluña. ¿Todos? No, el Gobierno de Rajoy no. Durante esos años ha preferido mirar hacia otro lado, confiar la suerte de las cosas a las cosas de la suerte, con tal de no encarar con responsabilidad un problema largamente anunciado, un Golpe de Estado relatado día a día. El fracaso del Gobierno.

La imagen de España en Europa y en el mundo ha sufrido tal deterioro, tal profunda perplejidad, que tardará años en recuperarse. De país serio, responsable, con voz y presencia en los principales foros internacionales, valorado y admirado en muchos aspectos, ha pasado a representar la imagen de una sociedad bananera, tercermundista y subdesarrollada, donde ni la Ley se respeta ni los que tienen que respetarla y hacerla respetar la obedecen. Un país donde las órdenes de los jueces son papel mojado, desobedecidas por los Mozos de Trapero (investigado por un posible delito de sedición) convertidos en policía política al servicio del secesionismo. Un país donde policías y guardias civiles son abandonados a su suerte, humillados y perseguidos por una chusma violenta, después de actuar en defensa de la legalidad y en el cumplimiento de un deber -el que les fue ordenado verificada la traición y desobediencia de la policía política catalana-, según ha constatado la propia Fiscalía. Un país gobernado por políticos displicentes y diletantes, ocultos durante todos estos años ante el mayor desafío que haya sufrido España a su unidad y su Historia, el más totalitario y recurrente: el independentismo catalán. Recuerden la Segunda República.

¿Alguno de ustedes dos imagina ver a policías franceses o ingleses desalojados hostilmente de hoteles de sus propios países por una chusma de delincuentes ante la indiferencia y el abandono de sus gobernantes? ¿Ver a esos policías ingleses o franceses cómo son acorralados e insultados en sus propias comisarías y cuarteles por una turba de golpistas violentos sin que ni tan siquiera les dejen defenderse? Las indignantes escenas que hemos soportado viendo cómo profesionales del vandalismo y las revueltas acosaban a la Policía y la Guardia Civil -ante la pasividad de los Mozos- expulsándolos bajo insultos y vejaciones de sus hoteles, formarán parte de nuestra vergüenza como país durante mucho tiempo.

Los líderes de la extrema derecha europea (sus mejores socios) apoyan a los secesionistas catalanes criticando el comportamiento de nuestra policía. Qué siniestra paradoja. Vale la pena recordar con qué mesura y diálogo abordó el gobierno francés de De Gaulle la manifestación del 17 de octubre de 1961 en París (en la Francia democrática, en la Comunidad Económica Europea), donde más de 30.000 personas, la mayoría argelinos residentes en Francia, reivindicaron pacíficamente la independencia de Argelia. La policía y grupos parapoliciales de extrema derecha, mandados por el prefecto nazi Maurice Papon, asesinaron a cerca de 200 manifestantes deteniendo a más de 14.000. Papon llegó a ser ministro de Presupuestos. Nadie fue juzgado. Francia ha tardado 50 años en reconocer la masacre. O recordar el Domingo Sangriento de 1972 en Irlanda del Norte donde el Ejército inglés asesinó a 14 personas hiriendo a más de 30. Y aún se permite el populista xenófobo inglés Nigel Farage criticar a la Policía española. O el jordano Zeid Ra´ad Al Husein, nombrado Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, que pide una investigación sobre la violencia de la Policía española. Y el Gobierno callado.

Si en todo este esperpento tercermundista, totalitario y xenófobo llamado referéndum catalán (véase urnas llenas antes de votar, individuos que votaron varias veces, recuentos de más del 100%, amenazas y coacciones, utilización de niños, ausencia de reglas, falsas imágenes de falsos heridos?), si en toda esta siniestra mascarada independentista alguien debe ser altamente valorado, si a alguien se le debe agradecer su esfuerzo y valentía en defensa de la democracia y la libertad, son la Policía Nacional y la Guardia Civil. Los españoles así se lo hacemos saber. Hoy, más que nunca, nos sentimos tremendamente orgullosos de ellos. No están solos, pese a la soledad en que les dejaron. ¡Y encima cobran menos que los Mozos! ¡Qué vergüenza! Otro fracaso del Gobierno.