Tras la declaración del pasado viernes en calidad de investigado del alcalde de Alicante, Gabriel Echávarri, nada volverá a ser igual en el gobierno del tripartito que preside ni en la propia corporación municipal. Esta comparecencia marca un antes y un después para Echávarri y sus socios en un mandato agónico que ha acumulado tantos disparates como desencuentros. Alicante ha tocado fondo en este mandato, con un alcalde investigado y sus propios socios de gobierno lanzándose a destrozarle sin miramientos, exigiendo su dimisión al instante, como si hubieran estado esperando una excusa para pedir su cabeza, en medio de una ciudad que vive desde hace años en una especie de día de la marmota, sometida a los sobresaltos continuos que sus gobernantes protagonizan mientras navega sin rumbo.

El listón de la exigencia de responsabilidades políticas por parte de este tripartito, y particularmente por su alcalde, estaba tan alto que una petición de comparecencia judicial como investigado (el nuevo imputado) generaría sin lugar a dudas una cascada lógica de petición de dimisiones. Pero lo más llamativo ha sido la dureza de unos socios de gobierno que se lanzaron en plancha a exigir su inmediata dimisión. Sorprendente cuando han tolerado tener como concejala a una condenada por la Audiencia Nacional por delitos graves y tienen a otra que ha acumulado investigaciones judiciales en su país junto a otras supuestas irregularidades. Las distintas fuerzas que componen el tripartito aplican su particular Ley del Embudo, como y cuando les interesa, de manera que la palabra «ética» cotiza a la baja en su mandato.

El alcalde tenía que haber actuado como un pegamento político con sus socios de gobierno, a nivel municipal, institucional y ciudadano. Pero esto no ha sido así desde el minuto uno de su mandato, dirigiendo un gobierno municipal incapaz de escuchar, en medio de un paisaje de enfrentamientos y discordias que él mismo ha alimentado, en un estado de cisma permanente que ha colocado la institución municipal en continua tensión, sin importar el coste, la herencia, el hartazgo y la fractura que ello ocasionaba, algo que se ha venido repitiendo hasta el cansancio. Y en honor a la verdad, todo ello no ha sido responsabilidad única del alcalde y de algunas personas de su entorno, ni mucho menos.

Guanyar Alacant (es decir, EU, que es quien realmente maneja los hilos de esa bandera de conveniencia) ha tenido, también, una enorme responsabilidad, hasta el punto de convertir en normal la barbaridad de actuar como oposición revolucionaria al propio gobierno municipal del que forman parte. Con ese objetivo, han protagonizado más manifestaciones contra su propio gobierno de las que promovieron en etapas anteriores con el PP, movilizándose contra los toros y la plaza de toros, contra el puerto y sus graneles, contra la apertura comercial en domingos y festivos, contra la protectora de animales? hasta contra el acuario de la Plaza Nueva que ellos mismos aprobaron en Junta de Gobierno (por cierto, un adefesio), sin dejar de echar gasolina a la hoguera de la inestabilidad y el disparate. Guanyar ha cometido barbaridades de tal calibre que si las hubiera protagonizado el PP habrían incendiado la ciudad, pero ellos siempre las han justificado desde su relativismo moral que lo mismo les sirve para tener una concejala condenada por la Audiencia Nacional por injurias que no deja de insultar casi a diario, que disponer de una asesora municipal cobrando de las arcas públicas que no ha parado de proferir graves ofensas a grupos municipales, concejales y otros muchos ciudadanos. Pero ellos son así de estupendos y rojos. Y el problema es que carecen de límite ni medida bajo esa ceguera dogmática que les lleva a enfrentarse, insultar y descalificar sistemáticamente hasta a sus propios socios de gobierno, con una deslealtad nunca vista en la ciudad, practicando su principio político de que cuanto peor, mejor. Guanyar Alacant pasará a la historia por haber dedicado más esfuerzos al cuidado de los gatos callejeros que a la atención de las cada vez más personas sin techo que duermen en las calles, buen retrato de su gestión.

Y en honor a la verdad, hay que reconocer que la actitud de Compromís ha sido muy distinta, aún a riesgo de recibir ataques de uno y otro lado por afirmarlo. Ni su portavoz, ni sus concejalas, ni sus asesores han protagonizado polémicas gratuitas, como sí han hecho otros compañeros de su equipo de gobierno. Pero eso no evita que se les pueda reprochar haber estado en demasiadas ocasiones de perfil y que no hayan sido capaces de mantener posiciones de defensa clara de los intereses de la ciudad aunque fuera en oposición a los objetivos de su partido en València.

Lo peligroso es que los alicantinos nos acostumbremos a tener un gobierno municipal inoperativo, enredado en sus líos y disputas, que a duras penas mantiene la maquinaria institucional, incapaz de generar una cohesión social de la que ellos carecen, con el agravante de que algunos de los escenarios futuros pueden ser incluso mucho peores que los actuales.

Se necesita una regeneración profunda e higiénica de la política municipal porque somos muchos a los que Alicante nos duele desde hace ya demasiado tiempo.