La noticia de que el Banco Sabadell abandona Cataluña para situar su sede en Alicante sacudió el Ibex 35 el pasado jueves. Fue como el estallido de una piñata: caramelos para todos en forma de subida de acciones; y tirón de orejas (literal, sin metáfora ni simbolismo algunos) para el desgobierno de Cataluña. Está claro que el movimiento del Sabadell abre la puerta para otras entidades y empresas de todos los sectores, y es lógico que eso suceda ante una fractura política y social que tiene visos de enquistarse y cuyo futuro, con esa más que probable declaración unilateral de independencia, creará un socavón entre Europa y Cataluña que se hará insalvable.

Los políticos, una vez más, demuestran una incapacidad de dialogar incomprensible, creando una situación de extrema gravedad y, lo que es peor, dejando la acción en manos de la sociedad civil. Empresas, trabajadores y profesionales se han visto forzados a tomar medidas impensables hace unos días ante el terremoto independentista y la falta de «inteligencia emocional para tomar decisiones rápidas» de Rajoy, tal como decía hace unos días mi amigo Antonio Catalá, de Hoteles AC, en unas declaraciones como siempre valientes y acertadas por parte de este emblemático empresario.

El caso es que el Banco Sabadell, que cuando acogió en su seno a la tan nuestra Caja de Ahorros del Mediterráneo adoptó el nombre de Sabadell-CAM, aunque luego dejó que el apellido se hundiera en el olvido, ha vuelto a Alicante, y eso es más que una declaración de intenciones; es todo un golpe sobre la mesa que el Ayuntamiento de la capital debe interpretar como es debido. Es una oportunidad inmejorable para aprovechar la situación y recoger con entusiasmo el guiño que la entidad que dirige Josep Oliu le lanza: se abandona Barcelona y se apuesta por Alicante, una ciudad que mira al Mediterráneo y a España, a Europa y al mundo, cosmopolita e internacional, abierta y con conexiones terrestres y áreas a otras grandes ciudades del país. La llegada del Sabadell, su regreso a casa, es una oportunidad para las empresas de aquí, para la gente de aquí.

Quienes hemos visto crecer la CAM desde el seno de su consejo de administración y luego vimos con tristeza cómo terminaba desmantelándose, comprobamos que, como Fénix de sus cenizas, el renacimiento es posible si los vientos de cambio soplan favorables. Pero, claro, también se hace necesario que quien maneja el timón sepa interpretar los vientos y conducirnos a buen puerto. Por eso, hay que aprovechar esta oportunidad para que Alicante vuelva a ser el referente económico que un día fue. Solo pido una cosa: que los políticos estén a la altura por una vez y dejen de mirarse el ombligo, que olviden sus intereses de partido y trabajen para el pueblo, para un pueblo como el alicantino, acostumbrado al cuarto oscuro del olvido valenciano y madrileño, pero por eso valiente y predispuesto al error, pues sabe que al otro lado espera la victoria. Un pueblo de mármol, vino, azafrán y fruta; de uva, juguetes, cerámica y calzado. Un pueblo con una trama empresarial tan férrea y consistente como los cimientos de los rascacielos de Benidorm o los castillos del Vinalopó. Un pueblo repleto de cultura, gastronomía, montaña y playa, turismo y bienestar.

Sigamos el ejemplo de esas decenas y decenas de empresarios valientes que forjaron el futuro de nuestra provincia allá por los inicios del siglo XX, recojamos esta nueva oportunidad y sigamos creando, con el trabajo, la ilusión y la perseverancia que son la esencia de esta provincia tan amada, vientos a favor que nos lleven lejos. ¡Despleguemos, pues, las velas! ¡Sigamos navegando hacia el futuro!