Primero fue el Rey quien dio un puñetazo en la mesa que sacó a muchos del estado de estupor en que se hallaban, ejerciendo con firmeza de Jefe del Estado, cuando lo que se cuestiona es la supervivencia del mismo. A renglón seguido, la Conferencia Episcopal y el Vaticano dejaron claro que no se alinean con los que se han situado al margen de la ley. A continuación el Banco Sabadell, entidad catalana muy representativa, tomó la decisión de trasladar su sede social a Alicante, tras unas catastróficas sesiones en bolsa que hacían presagiar una salida masiva de fondos de la entidad. Que venga a Alicante el Sabadell es una noticia más que relevante y positiva para nuestra provincia, pero en las actuales circunstancias tiene un regusto muy amargo. Sin duda, esto del Sabadell es un gran éxito para la CUP y de los antisistema. Todo ello, unido a la falta total de respaldo internacional a su programa secesionista y a unas votaciones que a vista de todos han quedado en papel mojado por carecer hasta de las mínimas garantías, ha puesto a Puigdemont contra las cuerdas. Vaya para donde vaya tiene garantizada una bofetada de proporciones bíblicas. Si declara la independencia, lo llevarán preso y por mucho tiempo. Si en cambio no da el paso, tendrá que salir huyendo de España, porque sus acólitos no se lo perdonarían, al haberse esmerado tanto en atizar el fuego del odio y el fanatismo. Pero mientras él anda dando palos de ciego con el único apoyo sólo de los más extremistas, como Forcadell, día a día Cataluña está siendo abocada al borde de un precipicio en el que esperemos que no caiga. El único diálogo que concibo es el destinado a evitarle a Cataluña un cataclismo, pero sin cuestionar en momento alguno la unidad de España. Uno no tiene derecho a decidir quiénes son sus padres, como tampoco cuál es su país, aunque sea muy libre de abandonarlo.

Lo peor de todo es que nos faltan políticos a la altura de las circunstancias. Tanto a Rajoy como a Pedro Sánchez los históricos de sus respectivos partidos les han tirado de las orejas. Al uno, por jugar a las estatuas a ver si le cae la breva de que se solucione todo solo sin tener que dar el paso necesario, esperando no salir muy mal parado de cara a las próximas elecciones. Si Rajoy hubiera utilizado el artículo 155 a tiempo, nos hubiéramos ahorrado el bochornoso y doloroso espectáculo del 1-O. Por su parte, a Sánchez le han reprochado los suyos el no tener claras las prioridades y jugar a una peligrosa equidistancia entre el Gobierno y los independentistas, en un momento tan trascendente como el actual. Sinceramente, creo que los españoles no nos los merecemos ni al uno ni al otro.