Esta es la historia de Lorenzo Aguirre, nuestro gran artista plástico y nuestro primer cartelista de Fogueres de San Chuan como se rotulaba antaño. Este artista alicantino de adopción que fue ejecutado a garrote vil un 6 de octubre de hace 75 años. El escenario, la cárcel madrileña de Porlier. Es la historia compartida de muchos compatriotas que vivieron esa posguerra civil en el oscurantismo de una pretérita España que ha de irse para no volver.

Pero mi intención es la de adentrarme en las historias de esta historia. La de un hombre afable, generoso, de gran corazón, implicado y, amigo de sus amigos el cual siempre ayudaba a quien lo necesitó. Esto es lo que hace incomprensible que dentro de la dirección general de Seguridad, hicieran una falsa denuncia infame que cinco años después, en 1947 se demostrara que todo fue falso. El director general confesó a sus hijas que esto era incomprensible. Siempre fue un ejemplo en la cátedra de Derecho.

En 1939 pasaron él y su familia a Francia y en El Havre pintó sin cesar. Allí hizo una espléndida exposición y dos grandes retratos. Uno, el cónsul de Venezuela y otro al prefecto de policía.

Tenía otra exposición preparada, pero los nazis bombardearon de tal manera que fue horroroso. Todo El Havre en llamas durante toda la noche. Así que Lorenzo Aguirre metió los lienzos que pudo en dos maletas. Cogió su caballete y su caja de pintor y con su familia (mujer y tres niñas) enferma y maltrecha, partió por carretera con lluvia. Lorenzo en ese tiempo intentó conseguir billetes para partir en barco hacia el exilio en Venezuela o México. Los nazis mientras, ocuparon todo y finalmente Lorenzo tuvo que entrar por España. Él no era un delincuente, era un ciudadano que representaba la ley, la honradez, la decencia, todo lo bueno. Ya por entonces era mayor. Nació en 1884, tenía 55 años y en su salud arrastraba una hernia. Entró en la cárcel de Ondarreta y las monjas que llevaban la cárcel lo reconocieron. En la casa madre de Zaragoza tenían un cuadro suyo La visita de la madre Ràfols al gral. Lannes (pidiendo merced para los enfermos en el sitio de Zaragoza). Lo llevaron a la enfermería y le operaron la hernia estrangulada. Allí pasó unos meses y pintó cuatro grandes cuadros para las monjas sobre la madre Ràfols. De ahí fue trasladado a la cárcel de Porlier.

Una vez trasladado a la céntrica cárcel de Porlier en Madrid. El director de la cárcel era el general Amancio. Le pusieron solo en una celda y allí siguió pintando. Incluso los agentes de la dirección general de Seguridad le trataban con deferencia. Le llevaban un cafetito para sus bronquios. Él nunca creyó que lo fueran a ejecutar. Pasaban los días y allí pintaba retratos y hasta la Virgen de los Artilleros (una Inmaculada con el pie sobre un cañón) que, a fecha de hoy, nadie sabe dónde está. Se creía que seguiría en la cárcel o quizás le dieran cadena perpetua hasta ¡quién sabe! Ya todo el mundo le apreciaba y consideraban un ejemplo.

Pero de pronto se sucedió un juicio sumarísimo militar, «la causa general» de Queipo de Llano y el día 6 deoctubre de 1942, Lorenzo Aguirre tuvo que presentarse en el patio de la cárcel (donde habían puesto a varios reclusos con penas de muerte, entre ellos dos jueces militares). Se acercó a ellos y les dio la mano a todos dándoles las gracias por su presencia. Tuvo incluso que animar al verdugo diciéndole: «Tranquilo, usted no es responsable, es su trabajo». Y le dio la mano. En ningún sitio se reflejó esto. Ni en la prensa -ni siquiera en las publicaciones de Daniel Sueiro-.

Y del día 6 solo consta una ejecución.

Sus hijas pequeñas acabaron en un orfelinato. El primero, el de Santa Gemma Salgari el cual cerraron por tener las patas en charcos de agua. El siguiente el de las Agustinas. A su segunda hija, Josefa, le lavaron la cabeza con zotal y le reventaron un oído. Cuenta que el día que mataron a su padre, Sor Consejo le dijo «a la capilla a rezar para que perdonen a vuestro padre». Allí fue y le gritó al crucifijo: «¡No te perdono!, ¿por qué?, si no se mueve una hoja sin tu voluntad...».

La mujer de Lorenzo y madre de las tres niñas, gracias a un cuñado que vio que su casa estaba abierta y se habían apoderado de todo, pidió ayuda a unos compañeros y salvó los cuadros que estaban en tres paredes. Ella sin casa al fin fue socorrida por su hermano que consiguió un empleo y así alquilaron un piso. Y allí solos estaban los cuadros. Consiguió para sus tres hijas que jamás los perdieran. Todo se lo contaban entre ellas, haciendo así fuerte su unión. Fueron unas vidas difíciles y las niñas heredaron de su padre esa sensibilidad hacia el arte así como saber distinguir a la buena gente.

Espero que recibas de esta ciudad en tu 75 conmemoración el homenaje que mereces. Un abrazo con el alma.