El diálogo o la solución en el tema catalán es muy difícil, igual de difícil como necesario. Y lo es porque hemos llegado donde hemos llegado. Si se avanza reptando por un túnel cada vez más estrecho se corre el riesgo de quedarnos encajados sin poder avanzar ni retroceder, y así han avanzado las torpes relaciones Madrid-Barcelona los últimos años. Y una vez se atranca uno le invade el nerviosismo, el miedo y demás emociones nada adecuadas para una serena e inteligente negociación: yo te amenazo, yo también, yo más...

Lo peor no son los errores (por llamarlos de manera benevolente) cometidos hasta del día de hoy, eso ya es irreparable y los dos bandos -los ultranacionalistas de Catalunya y de España enfrentados como bueyes que embisten y una bandera contra la otra? lo saben. Lo peor es la dificultad de «el cómo salir de aquí». ¿Qué hacer desde la ciudadanía de aquí, desde tierras ilicitanas, desde casa?: ¿Involucrarnos de cabeza (emocionalmente) en uno de los dos bandos por simpatía con uno o antipatía con el otro? ¿Defender a unos políticos que enfrentan ?fracturan? la convivencia de sus gentes y que les llevan a una aventura suicida para luego rentabilizar ellos su ego (ser jefe de Gobierno, ministros, etcétera)? ¿O poner en nuestros balcones banderas españolas sin saber (o a sabiendas) que «nos aliamos» con el bando que, amparado en su fuerza, saca a la gente a rastras o la golpea por el «delito» de querer meter una papeleta en una urna de juguete; maniobra, además de brutal, estúpida; pues no se le puede pedir a alguien que se quede contigo si le maltratas, si le pegas? En este punto, la contradicción del Estado español es que se ha pasado más de 30 años diciéndole a los vascos que sin violencia se podría hablar y negociar de todo y, ahora, en ausencia de violencia, es el mismo Estado el que hace uso de ella.

Pues que cada uno opine (y que se nos permita seguir haciéndolo libremente) lo que quiera pero a mí no me seduce ninguna de estas dos opciones y me alinearía con los que intentaran pacificar, quitar tensión y/o poner algo de cordura a este duelo de estupideces. Como decía Ramón Folch: «En tiempos de crisis, más importante que el conocimiento es la inteligencia».

Pues en esta crisis nadie parece querer torcer su brazo, sino todo lo contrario (para vencer y humillar a la otra parte), aumentar la tensión y «reclutar» adeptos a sus filas; se diría que pretenden extender ?por ambos bandos? sus odios como manchas de aceite; que se le eche la culpa al contrario, que nos encasillemos en una postura (maniqueísmo), que nos odiemos todos.

¿Tan complicado es mediar en esta crisis que tiene raíz política, que es de ideales enfrentados, en este caso: dos nacionalismos colisionando? Pienso que si no podemos evitar el asistir impotentes a esta colisión, al menos sí que deberíamos no «alistarnos» en esta batalla dialéctica, no echar más leña de la que ya hay al fuego no sea que éste se nos descontrole.

Como dice el filósofo mentado por Carles Francino, «mejor que entendernos, sería amarnos».