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Joaquín Rábago

Correo urgente

Joaquín Rábago

Destaponar el conflicto

La sordera política, el increíble autismo del presidente Rajoy se ha convertido, junto a la terca irresponsabilidad de su homólogo catalán, Puigdemont, en el mayor tapón para una solución dialogada y pacífica del gravísimo problema catalán.

Es cierto que el independentismo inició desde hace tiempo una huida hacia delante que consistía en romper todos los puentes y no permitía en ningún momento mirar hacia atrás so pena de convertirse como la mujer de Lot en estatua de sal.

Pero antes de dejar que ocurriesen esas cosas, lo más sensato habría sido actuar con finezza, tratar de desmontar con argumentos e incluso con ofrecimientos dentro del orden constitucional el discurso del otro sin esperar a que las cosas terminasen resolviéndose por sí solas.

Y esto es lo que no ha sucedido: con la manta liada a la cabeza, los independentistas catalanes han seguido impertérritos su alocada deriva mientras el Gobierno de la nación se limitaba a apelar una y otra vez a la Constitución sin ofrecer nada a cambio.

Como si las leyes y la propia Constitución estuviesen escritas en mármol y no se pudiese modificar esta última de la noche a la mañana como ocurrió con la tristemente famosa reforma que modificó, siguiendo instrucciones de fuera, su artículo 135 y estableció que el Estado debía anteponer el pago de la deuda a cualquier gasto público. ¡Todo muy social!

Y ahora tenemos en la Generalitat a un Gobierno que ha prometido demagógicamente liberar a su «pueblo» de un Estado «opresor» y en Madrid a un Gobierno también incapaz por lo que se ve de moverse de su sitio y que todo parecía fiarlo hasta ahora al paso del tiempo.

Al Partido Popular de Mariano Rajoy tal vez le venía bien su actitud de dureza frente a Cataluña porque podía ayudarle a ganar votos en el resto de España mientras que esa misma cerrazón le convenía al gobierno catalán para argumentar que España era irreformable y que la única solución era marcharse.

Y al mismo tiempo, tanto al PP como a los sucesores de Convergencia Democrática, la tensión creada les permitía desviar astutamente la atención de la opinión pública de sus graves problemas de corrupción y confiar acaso en que terminasen olvidándose.

Pero esa estrategia, si es que la hubo, ya no sirve de nada: el desafío catalán se ha agravado peligrosamente y la torpeza e incapacidad política del Ejecutivo de Mariano Rajoy quedó una vez más de manifiesto el pasado domingo con las escenas de violencia contra ciudadanos que defendían las urnas improvisadas en un referéndum que todos sabíamos ilegal.

El clima social ha alcanzado en muchas partes un punto de ebullición, la división afecta ya no sólo a comunidades sino muchas veces a las propias familias, y en todo el país se producen reacciones por parte de unos y otros que deberían avergonzarnos.

Cuando los dirigentes de un partido se convierten en obstáculo para encontrar una solución, lo mejor es buscar recambio. Es algo que ha sucedido una y otra vez en los países de nuestro entorno.

El problema es que en partidos como el PP no parece existir ese debate interno. Y no hablemos ya de la irresponsabilidad del gobierno de la Generalitat. Cualquier concesión al «enemigo», lo mismo en Madrid que en Barcelona, se interpreta como una traición.

Ante el silencio incomprensible de Mariano Rajoy, el Rey ha intervenido finalmente, pronunciando un discurso que podría haber escrito el jefe del Gobierno, que contenía una fuerte y lógica condena de la «deslealtad a las instituciones» de los independentistas, pero en el que faltó clamorosamente, y en catalán, la palabra «diálogo».

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