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Joaquín Rábago

Torpeza suicida

Con Mariano Rajoy corre el riesgo de pasar a la historia como el político que perdió definitivamente a Cataluña o el que terminó imponiendo a esa parte del Estado una camisa de fuerza que en su fuero interno no deseaba.

En los interminables años que lleva al frente del Gobierno de la nación, Rajoy tiene el más que dudoso mérito de fabricar cada día que pasa nuevos independentistas. Y volvió a demostrarlo con lo sucedido el pasado fin de semana.

En su comparecencia del domingo ante los medios y sin preguntas, como tiene por costumbre, Rajoy no hizo otra cosa que celebrar como triunfo propio el que no hubiese habido «referéndum de autodeterminación».

Para quienes en España y en todo el mundo vimos las imágenes de la represión desatada por las fuerzas de seguridad contra los ciudadanos de todas las edades que habían acudido a votar en la ilegal consulta, sus palabras tuvieron algo de surrealista.

Si bien es cierto que el presidente del gobierno catalán y sus colaboradores viven en una peligrosa, por contagiosa, alucinación colectiva, no lo es menos que Rajoy y los suyos parecen vivir también en un mundo que no es el real.

«Siempre he ofrecido diálogo honesto y sincero», dijo, no sé si con ingenuidad o con cinismo, el hombre que mientras estuvo al frente de un Gobierno de mayoría absoluta jamás buscó el consenso, y no sólo en lo relativo a Cataluña.

Sea como fuere, el Gobierno de España puede haber logrado impedir, como pretendía, la celebración de un referéndum de independencia con las mínimas garantías democráticas, pero ha perdido sin duda la guerra de la propaganda, que es lo que sin duda buscaba la otra parte.

Las imágenes de policías armados como guerreros medievales aporreando brutalmente en los improvisados colegios electorales a ciudadanos indefensos han recorrido medio mundo y a uno le han llovido preguntas de todos los lados sobre qué pasa en Cataluña.

Fuentes del Gobierno han tratado de justificar lo ocurrido por la ilegalidad de la consulta y el entorpecimiento de la acción policial por parte de muchos.

Pero uno se pregunta si hacía falta todo eso en vista de que, según el propio Gobierno del PP, no podía hablarse de referéndum y jamás se reconocería su resultado.

Algunos de los policías enviados desde otras partes de España parecían obedecer a aquel grito de «oé, oé, a por ellos» que lanzaron algunos descerebrados envueltos en banderas de la nación en algunos lugares lejanos de Cataluña. Y el resultado ahí lo tenemos: más de ochocientos heridos.

Lo peor de todo ello es que un eventual triunfo del separatismo en Cataluña no arreglaría ninguno de los problemas que tienen allí y que tenemos también en el resto de España. Más bien, los agravaría y crearía con seguridad otros nuevos.

Y lo ocurrido este domingo, con toda su gravedad, no sería nada al lado de lo que podría suceder entonces. ¡Hablemos de una vez! ¡Parlem!

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