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Tribuna

Rajoy ha roto España 

Si el referéndum era una mala noticia, el referéndum con violencia estatal incorporada planta una bomba en el corazón de la democracia española. Rajoy ha creado un par de millones de delincuentes, a quienes lógicamente no puede perseguir. El presidente del Gobierno ha perfeccionado su técnica de crear problemas que después no sabe resolver. Ha aprendido a montar artefactos explosivos que nadie conseguirá desactivar.

Rajoy perdía todas las elecciones en que se enfrentaba a Zapatero sin alterar su proverbial «España se rompe». Con la perspectiva de una década de distancia, los socialistas gobernaban un Estado jacobino, por comparación con la herida con serio riesgo de amputación que le ha infligido el presidente del Gobierno. Ahora volverá a aplicar su teoría de que las catástrofes tienen un antes, pero no un después. El único rasgo relevante de su comparecencia de ayer consistió en finalizarla justo a tiempo para dedicarse en cuerpo y alma al Real Madrid-Espanyol. Ni se apiadó de los heridos.

La política consiste en transformar las pasiones en intereses, Rajoy ha devuelto a los pragmáticos catalanes a un estado y a un Estado emocionales. Conviene recordar que el independentismo no seducía ni a la mitad de los votantes de Cataluña, por lo menos antes de las cargas policiales de ayer. Los sondeos de la Generalitat lo congelaron en un cuarenta por ciento. Por otra parte, si es imposible separar a Gran Bretaña de Europa, más utópica resulta la fractura de España que el historiador Josep Fontana consideraba irrealizable. Y añadía un interrogante premonitorio para entender la sonrojante jornada dominical. «¿Entonces a qué viene crear un clima próximo a la guerra civil?»

En la ruleta desbocada del guerracivilismo actual, todos los análisis son de urgencia y provisionales. La duda más acuciante dirime si Cataluña se le ha ido de las manos a Rajoy por su pasividad, o si asistimos al fruto de un cálculo. Si ha brindado otra exhibición de incompetencia, o si ha buscado refugio en la «úlcera sangrante», metáfora que servía a Arzallus para describir los beneficios que la derecha obtenía con la permanencia del terrorismo.

En la cumbre del escapismo, Rajoy ya declaró ante un atónito Trump y amagó ayer que la declaración de independencia era una cuestión para el Parlament catalán, como si no afectara a La Moncloa. Los impulsores de la continuidad del actual presidente desde la izquierda deberían detallar en qué empeora el viacrucis actual a unas terceras elecciones, o a una alianza PSOE-Podemos.

La proliferación de banderas españolas en Madrid y otras regiones no resuelve el problema ni lo anula. Al contrario, facilita la diferenciación favorecida por los independentistas. Equivale a que Francia se inundara de enseñas nacionales al otro lado de los Pirineos, para desmarcarse del proceso catalán.

Mientras los líderes europeos se escandalizan, Pedro Sánchez despachaba las escenas incluso sangrientas con el ambiguo tuit «no me gusta lo que estoy viendo». Por la noche, se entregó al presidente del Gobierno. Hasta García Albiol fue más radical sobre las dimensiones de la fractura. En cuanto al día de mañana que ya es hoy, Puigdemont ha reiterado que la Declaración Unilateral de Independencia no está encima de la mesa. ¿Y debajo?

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