Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Análisis

Rajoy entrega una victoria a Puigdemont

De la tensión por la mañana se pasó a una imagen de relativa normalidad, gracias a que el Gobierno constató que había perdido la batalla

Barcelona, como muchos otros puntos en Cataluña, se despertó ayer estremecida por una actuación policial contra personas que intentaban votar que produjo una auténtica conmoción social: aun sabiendo de la ilegalidad de la consulta, nadie -excepto, quizás quienes las ansiaban para rentabilizarlas- esperaba las imágenes de cierta brutalidad represiva que a lo largo de la mañana se sucedían en las redes sociales y los medios de comunicación. De la tensión por la mañana se pasó, sin embargo, a una imagen de relativa normalidad por la tarde: se podía votar en la práctica totalidad de los colegios abiertos, había grandes colas y en pleno epicentro de la capital catalana, pese al día gris y lluvioso, los turistas paseaban plácidamente mezclados sin problemas con los activistas a favor del referéndum.

¿Qué había pasado en el transcurso de unas pocas horas? Sin lugar a dudas, alguien en el corazón del Gobierno español constató que había perdido de forma estrepitosa la batalla del relato y de la ciudadanía. Por la tarde eran numerosos los testimonios entre la gente que acudía a votar de que inicialmente no pensaban hacerlo, pero que tras la actuación policial de la mañana habían optado por acudir al colegio más cercano como muestra de rechazo hacia el ejecutivo de Rajoy, y no como respaldo a los soberanistas. Ayer, un conflicto sobre independentismo se convirtió en una reacción social contra una violencia impensable en España a estas alturas de la historia.

Quienes ayer salieron a la calle no eran solo radicales antisistema. Ayer intentaban votar desde jóvenes hasta ancianos o padres de familia. Bien es cierto que la mayoría de los catalanes no acudió a votar, pero el movimiento social en las calles y la imagen de su represión supone una derrota en toda regla del discurso de Mariano Rajoy. El Gobierno prometió que no habría urnas, ni papeletas ni se podría votar; ayer hubo urnas, papeletas y la gente votó, sobre todo por la tarde ante la evidencia de que la actuación policial no podía detener el proceso.

Aquellos que en Cataluña hasta ayer se sentían amedrentados ante la poderosa maquinaria mediática, política y social de los nacionalistas, están hoy más desamparados aún por la actuación desproporcionada del aparato del Estado que ha incrementado la grieta entre los propios catalanes y entre algunos ciudadanos de Cataluña y el resto de España. La intolerable -por ilegal, pero no por aspiración política- gestión del nacionalismo catalán encarnado en la figura de Carles Puigdemont, y la negligente -en lo político y en lo policial- respuesta del Estado con Mariano Rajoy a la cabeza han llevado al borde del precipicio una situación que en otros países como Reino Unido o Canadá se ha resuelto con sentido político y respeto al espíritu y no solo a las normas democrático.

Hoy el escenario es ya diferente. Y lo que parece obvio es que ninguno de los protagonistas hasta ahora está en condiciones de reconducir la crisis a la que se ha llevado innecesariamente a una sociedad que queda ahora herida de forma profunda.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats