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Francisco Esquivel

Tiene que llover

Francisco Esquivel

El viaje hacia ninguna parte

Atravesábamos por primera vez España, camino de Cataluña. El tren al que nos habíamos subido en el puente de Triana con cuarenta grados a la sombra llegaría en veinticuatro horas. De madrugada paró en Albacete y mi padre bajó a tomar un café en la estación pero, del biruji, se volvió pitando nada más poner el pie en el andén. La patente diversidad. Alcanzamos Comarruga, hoy Coma-ruga, en El Vendrell, entonces Costa Dorada como mucho. En la playa sonaban Los payos con María Isabel, nombre de una rubita de Huelva que me llevaba a mal traer. Estábamos en una residencia del Hispano, ese acorazado del que quién podía barruntarse que acabaría sumergido. Si la pétrea banca ha derivado del modo que lo ha hecho, ¿cómo no va a tener que adaptarse la Carta Magna a los tsunamis? En otra estancia similar conocí a una inquieta chavala de Castellón que, a mediados de los setenta, me metería en vena el Viatge a Ítaca de Llach después de que me hubiera enganchado con ardor guerrero a la nova cançó a través del disco que recogía el recital de Raimon en la facultad de Económicas de Madrid. Unos a lomos de Carlos Cano, Gerena, Lole y Manuel y otros junto a los mencionados más Pi de la Serra nos retroalimentábamos en conciertos y festivales reivindicativos como las madre que los parió. Para alimento, el que proporcionaba Vázquez Montalbán en cuanto lo cogía de la mesita de noche y me dejaba con ganas de comerme el Raval entero. Y quien dice «Carvalho», el resto de escritores, periodistas, cineastas, apuestas teatrales... hasta el extremo de utilizar La hora violeta de Monserrat Roig para conquistar a una chica de Valladolid y, si tendrá magnetismo, que la pobre cayó en la trampa. La seducción mutua. Y por supuesto, Serrat. Siempre. Desde la exhumación de los poetas hasta su contagiosa amplitud de miras: «Pare, que estan matant la terra; pare, deixeu de plorar que ens han declarat la guerra». O lo que es lo mismo, el gran valor de poner los puntos sobre las íes. Pero, ahora, ¿dónde vamos?

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