El inicio de mi etapa profesional en Girona coincidió con el despliegue de la policía autonómica catalana. La gerundense fue la primera «región» donde asumieron todas las competencias de seguridad. Era el final del siglo pasado, y aquella población, muy reservada ante los cambios, acogió a los nuevos agentes con desconfianza.

Aunque las comisarias eran de última generación -muy modernas comparadas con los cuarteles de la Guardia Civil, o los bajos estrechos de la Policía Nacional-, muy pocos ciudadanos confiaban en que esos jóvenes agentes resolvieran casos menores de robo, y mucho menos algún crimen. Era habitual entonces, cierta chanza sobre sus actuaciones.

El cuerpo policial catalán disponía de una cúpula bien preparada, muy homologable con cualquier fuerza de seguridad europea, en cambio los agentes básicos fueron escogidos, mayoritariamente, en base a su proximidad a la Joventut Nacionalista de Catalunya (JNC), las juventudes de la extinta Convergència, omnipresente todavía en aquel momento.

Lo que ahora se conoce como CUP nació en las comarcas de Girona, y sus principales dardos iban destinados a los Mossos, por desalojar «okupas» y garantizar el orden público, o sea cumplir la ley. Conocí bien a uno de los intendentes. Universitario, políglota, lector de novela negra, irónico y que nunca escondió sus orígenes sureños. Por eso supe que el modelo policial israelí fue el elegido por el pujolismo, con alguna dosis estadounidenses y algún reflejo vasco. Es conocido que los primeros mandos de los Mossos recibieron instrucción en Arkaute, la academia de la Ertzaintza.

A ese comisario, ascendido después por el gobierno Maragall tras completar el despliegue en toda Cataluña, siempre le preocupó la desconexión con la ciudadanía y la percepción, muy extendida, que eran la policía de Pujol. Por eso crearon la potente Oficina del Portavoz, un gabinete de prensa eficaz para los intereses de los Mossos, pero que al mismo tiempo desnaturalizó las relaciones entre los medios, siguiendo el modelo de autodefensa patriótica israelí.

Casi veinte años después son héroes para los independistas. Los cerca de 17.000 empleados de la policía catalana son aclamados ahora, como hacían los colonos israelitas cuando las intifadas, salvando todas las distancias. Sin embargo, cuando la misma policía actúa contra los asentamientos ilegales, son perseguidos por esos jaredíes y acusados de propalestinos.

Los Mossos están ahora en la peana patriótica de Cataluña, junto a la Virgen de Montserrat, la Caixa y el Barça. El lunes ya habrán bajado de ese póquer imaginario. Porque como policía democrática es el cuerpo encargado de velar por el mantenimiento del orden público y la seguridad ciudadana. En caso contrario dejarían de ser policías, y hasta donde sé, ninguno de los mandos posee vocación guerrillera.