Javier, Jairo, Jaime y Yeray vivieron con sus padres cinco días muertos. Bueno, la muerte anidó mucho antes la desgraciada vida de esos churumbeles que aguardaron pacientes una vida nueva.

Cada mañana debió ser distinta porque para los niños no hay dos días iguales. Pero, seguramente, las adicciones destrozaron esa familia. Allá donde entra la puta droga los recursos desaparecen. Allá donde ese veneno acampa las rutinas saludables, lavarse los dientes, ducharse, asearse, desaparecen.

Cada mañana fue distinta y fueron cinco días con dos padres muertos en una habitación cerrada. Bueno, la vida para estos cuatro niños siempre fue cerrada. Aunque la fuerza de la niñez les obligara a realizar las rutinas, más propias de adultos, como ir al cole regularmente o pasar desapercibidos en la terrible desgracia.

No imagino como el mayor, Javier, empujó hacia la vida cada mañana a los otros tres, no sé, y me produce una tristeza extrema, como fueron mal alimentándose como gatitos estas propias criaturitas para que la gasolina de nutrientes no les hiciera desfallecer. Seguramente jugaron y rieron, Porque hasta en las condiciones más extremas del infierno, los niños sacan tiempo para ser niños.

Dos adultos yacían tras una puerta cerrada víctimas de su propio destino. Nunca faltó el amor, dicen algunas crónicas. ¿Quién soy yo para juzgar a esos dos pobres muertos? Lo que pasa que los hijos no pueden ser rehenes de la biología paterna. Y este país tiene ciertas leyes que no protegen a esos seres diminutos hasta que las ratas no se comen los dedos de los niños.

Mal sistema de protección es el que descubre cinco días después de la muerte de dos adultos, que cuatro niños, tres con iniciales de jota (Javier, Jairo y Jaime) y uno con Y griega (Yeray) habían vivido, sin vivir porque eso no es vida, solos. Y desamparados.

Los niños creyeron que el padre estaba jugando a la play y la madre durmiendo, como había ocurrido en infinidad de veces. Y esa falsa creencia los abocó a vivir la vida con la mayor de las rutinas posibles. Javier se hizo adulto un minuto y desbordó el amor necesario para que los otros tres supieran que la vida es levantarse cada día, aunque las ratas aniden en tus colchones. Javier abrazó a los otros tres para que no echasen en falta el abrazo de una madre que habrá sucumbido a su propia desgracia.

No la juzgo, pero necesito que nos pongamos del lado de los niños. Ser madre no es parir solamente. No podemos albergar la creencia de que el desarraigo y la miseria han de presidir cualquier relación donde acampen infantes. Uno puede, de adulto, vivir la vida que le rote. Pero cuando tenemos una responsabilidad con niños debemos saber discernir, o el Estado ha de aparecer, si las condiciones mínimas para su buen desarrollo existen.

El sistema demostró una gran quiebra. Y no es la primera vez. Primero porque fue incapaz, y mira que hay funcionarios, de seguir machaconamente a una familia que estaba abocada a una tragedia y donde los niños deberían ser evaluados continuamente. Segundo porque no detectó dos muertes en cinco días. Y son cada vez más las muertes en soledad. Ya nadie echa en falta a nadie. Incluso las fotos en Facebook de esa madre con sus hijos los hacía visibles, cuando llevaban muertos muchos años. ¿De qué vale una red social para demostrar la existencia si la propia existencia es una verdadera tragedia? Hace muchos años que estaban muertos, los cinco días solo fueron un velatorio cruel y de noticiario mundial.

No paro de pensar en esos niños. La vida continúa y tendrá que ser necesariamente mejor. Esos hijos van a echar de menos a esa pobre madre. Porque los amaba, pero no podía tenerlos. Es un contrasentido, lo sé, pero si no protegemos a los más débiles, porque los adultos tenemos herramientas hasta para morirnos solos en una habitación, somos una sociedad enferma. Si Servicios Sociales no actúa antes de que cuatro niños vivan cinco días con sus padres muertos mientras los demás pasamos por la puerta de esa casa sin recabar en la tragedia, el Estado necesita ser revisado. La vida de esos cuatros niños también es cosa nuestra.