La vorágine informativa impide, con frecuencia, detenernos y analizar con calma acontecimientos destacables por su trascendencia. Uno de ellos lo encontramos en la entrevista que este diario publicaba el pasado domingo, realizada por F.J.Benito, al nuevo director de Casa Mediterráneo en Alicante, el diplomático Francisco Javier Hergueta. Reconozco que tuve que leer dos veces el titular porque no daba crédito a que el entrevistado hubiera reconocido algo semejante, que por otra parte es una obviedad como ya hemos reflejado en diferentes ocasiones en estas mismas páginas («Mediterráneo, sin casa y sin rumbo», Diario Información, 3 de mayo de 2015). Pero así era, por primera vez parecía que un responsable de esta institución reconocía con humildad lo que algunos hemos venido señalando desde hace tiempo: «Casa Mediterráneo no puede seguir siendo un cascarón vacío». No conozco a este diplomático, pero me gusta la gente sincera, frente a tanto vendedor de humo como encontramos a nuestro alrededor, de manera que leí la entrevista con una manifiesta predisposición.

Sin duda, el nuevo director de Casa Mediterráneo es un alto funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores con una trayectoria muy amplia en los servicios diplomáticos. Sus últimos destinos, al frente de las embajadas de Yemen y el Congo han debido de ser duros, como bien explica. No es extraño que diga que está encantado con Alicante, que le parece un lugar estupendo y que se vive de maravilla, con mucha razón, pero más aún viniendo de países donde las condiciones de vida son tan extremas que llegó a contraer la malaria. De manera que, bienvenido a nuestra ciudad, tan compleja como atractiva. Tener una actitud favorable hacia el lugar que alberga la institución que vas a dirigir, como la que manifiesta el nuevo dirigente de Casa Mediterráneo, es algo positivo que ya hubiéramos querido de alguna de sus antecesoras.

Pero deteniéndonos en las valoraciones, compromisos y anuncios para esta sede diplomática en Alicante recogidos en esta entrevista, encontramos un panorama desolador. Por vez primera desde que Casa Mediterráneo comenzó su andadura, en el año 2009, uno de sus responsables reconoce que es un proyecto vacío y sin contenido, que a pesar de los años en los que viene funcionando ni siquiera se ha sido capaz de terminar las obras del edificio en el que está instalado, y que carece de coherencia y de una actividad visible. Hasta tal punto que su nuevo director, Francisco Javier Hergueta, se fija como prioridades acabar las obras de la antigua estación de Benalúa que acoge la institución (y que comenzaron en el año 2007, hace diez años, cuando el entonces presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, anunció el proyecto en un mitin en la ciudad, arropando la candidatura de la entonces candidata socialista a la Alcaldía, Etelvina Andreu), dotar de contenido y señas visibles a la institución (que a estas alturas no son claramente identificables, ni frente a las otras Casas que existen en España, ni ante el resto de socios mediterráneos) y generar una programación continuada de la que carece (más allá de actos puntuales, dispersos e inconexos como los que ha venido albergando). En definitiva, acabar y consolidar un proyecto que, diez años después de su anuncio, sigue moviéndose en la precariedad, la provisionalidad y el desconcierto, sin que la ciudad, a estas alturas, sepa bien para qué sirve ese artilugio llamado Casa Mediterráneo, cuyo único elemento visible y tangible para Alicante fue impedir que se viniera abajo la antigua estación de tren de Benalúa, pero cuya rehabilitación ni siquiera ha concluido.

Ahora bien, Casa Mediterráneo sigue siendo por ahora un «bluf», carente de identidad y sin una utilidad tangible, ni para la ciudad que lo acoge ni para los países de la cuenca mediterráneo a los que se supone que se dirige. Todo ello sin olvidar que en no pocas ocasiones, sus anteriores directivos han contribuido a su irrelevancia cuando no a su descrédito, como hizo la entonces directora, Almudena Muñoz, quien parecía disfrutar ofendiendo a Alicante, con sus intentos de convertir este centro diplomático en salones de alquiler de bodas y bautizos para poder obtener así fondos, llevándose actividades programadas por la institución a Valencia y Madrid. O conduciéndola a una irrelevancia absoluta, cuando en coincidencia con la mayor crisis de refugiados que han vivido los países mediterráneos desde la Segunda Guerra Mundial, se dedicaba a programar conciertos y conferencias sobre «salud visual», incluyendo una supuesta orquesta creada por esta institución, en una ciudad repleta de entidades musicales, de la que nunca más se supo.

Pero me temo que no es solo el Ministerio de Asuntos Exteriores el que tiene responsabilidad en este desaguisado, sino también un Ayuntamiento y una Generalitat que nunca han sido capaces de poner encima de la mesa criterios claros sobre una sede diplomática de la que también forman parte pero de la que se sienten ajenos.

Todo ello hace que a estas alturas, Casa Mediterráneo sea, como ha dicho su nuevo director, un cascarón vacío, pero también sin horizonte. Veremos si es capaz de detener esta deriva e impedir que choque contra las rocas de la indiferencia.