Sabemos que con el paso del tiempo la carga de obligaciones se va sobredimensionando y en demasiados casos puede llegar a desbordar el límite razonable de nuestra competencia, produciendo estrés y pérdida de eficacia. Esa era mi visión del problema y así se la comenté a mi amigo Gorgias una tarde mientras asistíamos al velatorio de un amigo común. De forma circunspecta, tan habitual en su comportamiento, me miró con interés y asintió levemente con la cabeza.

Las obligaciones, dijo con seriedad, ciertamente nos abruman por acumulación, entre otras cosas, porque no somos capaces de medir con sensatez la capacidad real que tenemos de compromiso. La tendencia del ser humano es a acaparar todas las cosas que pueda, sobrepasando los límites prudenciales. De hecho no solamente se amontonan las obligaciones, también están las cosas materiales, que un buen día cuando ya no sabes dónde arrinconarlas te deshaces de ellas sin que te tiemble el pulso.

La suma de deberes y responsabilidades es exponencial, ya que cuanto más tienes más posibilidades hay que se multipliquen. A los compromisos voluntarios hay que añadir los que van surgiendo desde el ámbito social, que culturalmente no se pueden desechar sin que te pongas en entredicho. Nosotros, por ejemplo, estamos ahora mismo en este velatorio por conveniencia social, porque como bien sabes, no asistimos a la boda del difunto, ni a los bautizos, ni comuniones de sus hijos, sin que se nos tuviera en cuenta la ausencia. El no acudir a esos acontecimientos tiene menos repercusión social que eludir el entierro, donde se supone que acaba todo el recorrido y es preceptiva la presencia, cuando en realidad al finado, con toda seguridad, no le importa un comino.

Lo más paradójico de este problema no está tanto en la sucesión de acontecimientos que te vas imponiendo, sino en la forma de deshacerte de ellos. Puede llegar un momento de inflexión en la vida de cada persona, que la lleve a detenerse y reflexionar acerca de la cantidad de cometidos que tiene que afrontar por obligación. A partir de ahí, comienza la andadura inversa y se va desprendiendo de lo que considera más superfluo hasta llegar a lo más sustantivo. Una vez exonerado de toda su carga está expuesto a caer en un sentimiento de vacío que lo aboque al aburrimiento y la desesperación. Por eso amigo mío, lo más prudente es acotar las obligaciones menos perentorias y exonerarte de aquello que consideras un lastre insufrible. Posiblemente los actos sociales son los más proclives a ser eliminados de tu agenda, aunque corras el riesgo de ser mal evaluado por los demás. De no ser así, ni tú, ni yo estaríamos ahora aquí.