Aunque la preocupación por la pésima marcha del equipo cunde por doquier, el club y la plantilla cierran filas con Gustavo Siviero en esta hora crítica del entrenador del Hércules, cuyo equipo iguala los peores registros del club en Segunda B y reproduce los mismos vicios de la temporada pasada: falta de carácter y ambición, ingenuidad en las dos áreas y un punto de indolencia y conformismo ante la derrota.
En plena refundación institucional del club -hoy se firma en Valencia la escritura de compra de la mayoría accionarial-, el presidente Juan Carlos Ramírez no quiere apagar el fuego con gasolina y se contiene a la hora de exigir responsabilidades. En otras circunstancias, ya habría tronado. El máximo dirigente es partidario de equipos más raciales y contundentes y prefiere la «pierna fuerte» al toque y la elaboración. Pero ahora, mal que le pese, aboga por la prudencia y la paciencia. Cuestionar al «míster» o a la plantilla pondría en tela de juicio el trabajo de la dirección deportiva y no es momento de guerras intestinas.
Mientras, el máximo responsable técnico, Javier Portillo, mantiene que un nuevo proyecto no puede romperse en seis jornadas y se aferra a las «buenas sensaciones» del Hércules ante el Elche y durante un rato frente al Ebro. Está convencido de que el equipo puede salir de este bache pasajero.
Igual que los jugadores. Creen que Siviero está haciendo un buen trabajo y que debe continuar porque son ellos mismos -con sus despistes, errores e ineficacia- los máximos responsables de este desastroso inicio de temporada.
Y así está el técnico argentino, arropado por todos, pero cada vez más solo y melancólico. Su discurso no cala en el vestuario y su futuro pende de un hilo el próximo domingo.