Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Silencios

Hay silencios y silencios. Los hay forzados, ignorantes, cómplices y también escandalosos. E incluso hay silencios que, una vez rotos, mejor haberlos mantenido. La Nobel de la Paz de 1991 y líder birmana Aung San Suu Kyi habló por primera vez sobre la crisis rohinyá el pasado 19 de septiembre, cuando más de 400.000 personas habían cruzado la frontera de un desbordado Bangladesh para huir de la campaña de terror del Ejército birmano, que tanto la ONU como prestigiosas ONG no han dudado en calificar de «limpieza étnica de libro».

Ante diplomáticos y prensa internacional, la líder de facto del Gobierno birmano, «la Dama», como la llaman sus seguidores, afirmó desconocer las causas del trágico éxodo rohinyá. Así, dijo, «queremos descubrir por qué se está produciendo», y sostuvo que «no teme el escrutinio internacional», aunque su país niega el acceso a inspectores de la ONU. En realidad, la actual crisis lleva años gestándose. La flagrante discriminación contra este colectivo comenzó tras la independencia birmana en 1948.

El Estado birmano nunca los ha reconocido como ciudadanos, sino como «inmigrantes ilegales bengalíes», y los considera apátridas sin derecho a libertad de movimientos, sanidad o educación. Son excluidos de manera sistemática del mercado laboral y no se les permite tener más de dos hijos, entre otras restricciones. En definitiva, un régimen de Apartheid de manual. Si hay algo que une a la budista Birmania es el odio visceral, atávico, hacia los rohinyás musulmanes.

Suu Kyi, idolatrada en Occidente durante años como heroína prodemocrática tras pasar 15 años en arresto domiciliario, tardó más de veinte días en hablar, y lo hizo sin mencionar la palabra maldita: rohinyá. Varios premios Nobel, como el sudafricano Desmond Tutu o la paquistaní Malala Yusufzai han criticado duramente la ambigüedad de Suu Kyi ante el sufrimiento inimaginable de esta etnia.

Su silencio ha sorprendido a la comunidad internacional y amenaza con dejar una huella imborrable en su imagen, aunque su margen de maniobra es limitado, ya que el mismo Ejército que dirigió el país con mano de hierro entre 1962 y 2011 controla las carteras de Defensa, Interior y Asuntos Fronterizos, tiene un cuarto de los escaños parlamentarios y está apoyado por la influyente y ultranacionalista Asociación Patriótica de Birmania, furibundamente budista e islamófoba.

También en Europa, donde nos llega el eco de esta crisis, se alzan voces contra el silencio de «la Dama», pero no deberíamos olvidar que a nuestras puertas, en el Mediterráneo, se vive en los últimos años una tremenda catástrofe humanitaria a la que la sociedad y los gobiernos europeos han respondido, hay que reconocerlo, cuanto menos con indiferencia. Este silencio también es escandaloso.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats