Últimamente ando cansada con los asuntos de la «res publica», tanto en los que conciernen a los de nuestro pueblo como a esos descalabrados que suceden en el ámbito nacional. España no sale de trifulcas entre tirios y troyanos, los asuntos locales no acaban de solucionar los múltiples entuertos que se amontonan, y los ciudadanos, impotentes para ver sus asuntos resueltos, se encuentran hartos de sentirse hartos. No nos tropezamos con una sola noticia que nos esponje el alma o simplemente que nos levante una sonrisa y a muchos de nosotros a veces no das ganas de no ver la tele ni ojear periódico alguno, aunque luego lo hacemos, si es que nos van a dejar con la miseria por compañera.

¿Es que no hay modo ni manera de ir solucionando las cosas de una en una, y no amontonando los asuntos dejándolos sobre aguas neutras y blandas, al estilo Rajoy, para ver si se solucionan solos?

Pensando en todas estas cosas -solucionar los problemas de uno en uno- me di al balanceo en una mecedora decimonónica que tengo siempre a mano para cerrar los ojos y descansar de tanta hartura. Y con el balanceo, me vino a la mente algo que leí en un librito de Lao-Tse, el Tao Te King, y que precisamente tenía que ver con ese orden de prioridades que yo echaba de menos en las entidades con muchos asuntos que no encuentran salida. Recuerdo, en su ejemplo, que proponía llenar un jarrón con pelotas no tan grandes que no quepan en una mano, ellas representarán las cosas importantes de nuestra vida; luego invitaba a introducir canicas entre los huecos que dejaban las pelotas hasta llenar el jarro. Las canicas representarán cosas importantes de tu vida, pero no imprescindibles, y tras ellas, introduce la arena que se colará entre las pelotas y las canicas y también cabrá en el jarro. Así las cosas (pelotas, canicas y arena) habrán llenado la vasija sucesivamente porque cada objeto ocupó el hueco posible según su tamaño. Y Lao-Tse nos hace la siguiente reflexión: las pelotas no hubiesen cabido si no se las metiera primero y así hubiese sucedido con los elementos siguientes. De haber empezado primero por la arena y luego las canicas, no hubiesen cabido las pelotas pues ya no había huecos para ellas. Así que fue el orden de prioridades lo que hizo que todo ajustase y estuviera en orden, que es lo que se busca cuando uno no sabe por dónde tirar. Y el viejo Lao-Tsé acaba diciendo que en la vida bien nos pudiera ser útil esta sencilla pero eficaz norma.

Y llevando la lección del viejo chino a lo que me distorsionaba hacía un rato, cuando me mecía en mi vieja mecedora, me pregunté por qué en esas instituciones donde se lían los asuntos por ser muchos, y yo entiendo que difíciles de ordenar, no se avanza según un estricto orden de prioridades? ¿Por qué tenemos el Mercado Central atascado hace tantos años con un centro de ciudad de aspecto tan deprimente? ¿Por qué hay niños escolarizados en barracones desde hace cursos? O calles llenas de resquebrajos en donde el pie de un jubilado tropieza y se rompe la crisma, o en su defecto la cadera; o el aspecto cultural que no se cuida -museos, bibliotecas, institutos, universidades que no se mueven ni se dejan ver u oír dentro de esta sociedad que parece navegar entre moros, cristianos y, cómo no, charangas- sin olvidar el ruido, ¡mucho ruido!, y coches, un enjambre de ellos que hacen de una ciudad con posibilidades de agradable bienestar en un lugar del que uno desearía huir. ¿Por qué se apelotonan las prioridades dando lugar a un tapón que no deja fluir todo lo que debiera estar manando?

Y no quiero imaginar el jarrón de de Lao-Tse a nivel nacional. Si pienso en la situación en que están los estamentos fundamentales (salud pública, justicia, educación, paro...), y si a vuestras mercedes les da por abrir la puerta al asunto de la corrupción, hoy sabiamente entornada con la contraventana del asunto catalán que se ha abierto de sopetón, si pensamos en todo ello, ¡ay!, entramos en la sospecha de que no hay sabio chino que nos eche una mano. Y eso que he dejado el panorama internacional al pairo de personajes sobrenaturales que pongan orden, si es que pueden, porque los simples humanos ya no damos abasto.

Aún hace mucho calor y yo me había hecho el ánimo de no coger berrinches, así que me he dejado llevar por el vaivén de mi mecedora, que cruje, pero amablemente, y casi me quedo traspuesta si no fuera porque debajo de mi casa están de largas obras y han encontrado la manera de triturar los escombros con una maldita máquina que, miren, es muy parecida a la de los dentistas, esa que chirría, pero a lo bestia.

Lo malo de todo esto es que no hay otro mundo que sea mejor adonde ir. Porque esos cielos que nos prometen, esperemos que de buena fe, aún están por ver...