Escribió el pensador austriaco Ivan Illich, que «la esperanza orienta hacia lo impredecible, lo inesperado, lo sorpresivo. Las expectativas brotan de las necesidades fomentadas por la promesa del desarrollo».

Cuando la semana pasada los 99 diputados y diputadas de las Cortes Valencianas, más quienes forman parte del Consell, debatimos sobre el Estado de la Comunitat Valenciana, lo hicimos en base a estas dos cuestiones: esperanzas y expectativas.

Llevábamos muchos años viviendo y trabajando con la esperanza de un cambio político en la Comunitat. Existía un deseo cada más generalizado de conseguir recuperar para las personas unas instituciones extenuadas, especialmente la autonómica, y que cargaban sobre sus espaldas años de maltrato y explotación. Y sobre todo, de utilización del Partido Popular para beneficios personales y partiditas. La mayoría de valencianos y valencianas llegábamos a las elecciones municipales y autonómicas de 2015 con la esperanza de que ahora ?sí que sí- llegaba el tiempo de recuperar derechos, oportunidades y servicios públicos sustraídos mientras se nos saludaba sonrientes desde coches de Fórmula 1.

Esta esperanza sigue viva. Es como una gigantesca pastilla efervescente que continúa liberando energía y que convierte en expectativas reales las propuestas y acciones que están cambiando a buen ritmo el clima social y económico de la Comunitat, consiguiendo recuperar la confianza en nosotros mismos. Una tierra que ahora se reconoce mejor, que ha comenzado a ofrecer su mejor imagen, y que puede mirar a los ojos a su gente (y al mundo entero) con seguridad y sin sentimiento de vergüenza.

La pasada semana escuchamos un buen discurso del president de la Generalitat. Ximo Puig ofreció un relato sereno, certero y sincero de la situación de nuestra Comunitat. Situó con claridad cristalina el complicado punto del que partíamos, desarrolló las principales acciones de gobierno, y estableció nuevos retos, necesarios para seguir atendiendo necesidades: algunas de ellas están ligadas a los desafíos del presente y el futuro, y otras, relacionadas con la necesidad de enmendar los rotos por los años de abandono de lo público por parte de los gobierno del PP. Expectativas que pasan desde crear polos de atracción de la innovación digital -por cierto en la Ciudad de la Luz-, al tiempo que se sigue trabajando a destajo para que ni un solo escolar de la Comunitat siga estudiando en barracones. Ambas cosas son necesarias.

Mientras esto ocurría durante el miércoles y el jueves pasado -y algunos grupos parlamentarios mostrábamos nuestra disposición a seguir generando esperanza- nos encontramos un Partido Popular que, olvidándose de los ciudadanos de la Comunitat, se limitó a ofrecer una visión catastrofista, con un mensaje falso y deshonesto.

Mientras el resto de partidos hablábamos de cómo mejorar la vida de los valencianos y valencianas, la portavoz del PPCV, Isabel Bonig, hablaba de Cataluña. Mientras se hacían propuestas estudiadas y realistas, el PPCV bloqueó la sesión con 1000 resoluciones, muchas de ellas delirantes, cuando no caducadas. Propuestas al peso, rebuscadas en el último minuto de los cajones en los que tan sólo dos años antes amontonaban facturas sin pagar y que endeudaron nuestra Comunitat.

Un PPCV que, sin atisbo alguno de pudor ni vergüenza, intentaba sanear, a grito pelado, un pasado reciente de despilfarro, corrupción y recortes de servicios públicos. Por ahora no dan para más. Sólo esperamos que algún día vuelva la cordura a un partido que enloqueció cuando la mayoría social de esta Comunitat les dijo en mayo de 2015 que se había acabado la fiesta.

Pero ante la importancia de lo vivido la semana pasada en Les Corts Valencianes, quiero situar la actitud de la derecha valenciana en el capítulo de las anécdotas, y quedarme con lo verdaderamente sustancial y constructivo: que la esperanza sigue más efervescente que nunca, y que las expectativas se cumplen y crecen. Y todo eso, pese al complicado camino que nos dejó la herencia del PP, y la infrafinanciación e infrainversión que sufrimos.