Últimamente no estamos para muchos chascarrillos, pero en este país nuestro una de las cualidades más destacadas es la de sacar hierro a base de embromar, aunque tenga maldita la gracia. Desde luego es una forma activa de empequeñecer los peligros y agrandar los alivios, sobre todo, cuando desde la trinchera improvisada de un don nadie, el que bromea, no tiene otras herramientas de batalla que las chanzas. Pero como en el fondo y en la forma no somos un país serio, quizás lo mejor sea seguir enturbiando la realidad con cuchufletas de todos los colores.

Si partimos de lo macro, observamos que la madre naturaleza nos está advirtiendo, sin cesar, que nos hemos pasado de rosca. Los científicos entran en contradicciones constantes sobre el calentamiento global y sus efectos, por lo que saltan a la palestra las sospechas de los más «conspiranoicos», pensando que hay una confabulación universal empresarial con intereses mercantiles que consigue anular las voces de los que calientan en favor de las que enfrían el mundo.

La segunda etapa la podemos posicionar en las posibles consecuencias que puede acarrear al mundo entero la amenaza coreana. El jovencito Kim Jong-Un, líder supremo de Corea del Norte, cuenta con un arsenal nuclear desconocido para todos, pero que por los alardes y demostraciones de fuerza que hace parece sobrecogedor. El abuelito Donald Trump, desde la supremacía americana, decide unilateral y nominalmente destruir en su totalidad a Corea del Norte. El festival de mediocres está servido y el corolario se traduce en destrucción por incompatibilidad de caracteres y lucha generacional. El resto del mundo queda ninguneado por dos idiotas en colisión.

La tercera etapa, ya en el plano más doméstico, la encontramos en las luchas intestinas tradicionales de nuestra vapuleada España. Estamos en un punto de inflexión que nos impide saber a los ciudadanos de a pie si realmente estamos en una democracia y un Estado de Derecho o simplemente pululamos por un mundo feliz de contradicciones sin sentido porque en el fondo somos todos unos imbéciles integrales. Cada cual utiliza la democracia a su estilo y manera, interpreta las leyes a su antojo, manipula la realidad en su beneficio y olvida por completo las consecuencias generales. Si la olla a presión nos estalla en la cara, será gracias a nuestra ineptitud a la hora de votar a nuestros representantes. Ellos no pueden ser culpables porque viven en el mundo de Yupi.

La conclusión es demasiado aviesa para mirarla de frente. Nos tenemos que esquinar, mirar de soslayo, poner la cara para que nos den de bofetadas y sonreír como idiotas. Después hacemos unos chistes y nos tomamos unas cañas para amortiguar los golpes.