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Puertas al campo

El Pisuerga y la sardina

Atribuir a un país o una religión lo que es propio de uno de los grupos que los compone es, a todas luces, una fuente inagotable de errores. Hace poco Luis María Ansón comenzaba una columna, El admirable Islam, diciendo: «Nada más cerril que generalizar. Sería absurdo que los árabes juzgaran a los españoles como terroristas por ETA; o a los irlandeses por el IRA; o a los peruanos por Sendero Luminoso; o a los alemanes por la Baader Meinhof; o a los italianos por las brigadas rojas; o a los argentinos por los montoneros; o a los franceses por el FLN corso; o a los uruguayos por los tupamaros; o a los mauritanos por los polisarios».

En esa misma línea, no se puede juzgar a los musulmanes por lo que han hecho miembros de una de sus sectas, Takfir Wal Hijra, que, por cierto, beben alcohol y comen cerdo. Digo esto último pensando en un video que me llegó por WhatsApp en los días álgidos de la islamofobia local en el que, entre otras lindezas, se llamaba a enterrar a los musulmanes envueltos en piel de cerdo. Parafraseando peligrosamente a un clásico, se podría decir que es rechazable que los salvajes se coman a los misioneros, pero algo debe de andar muy mal cuando los misioneros comienzan a comerse a los salvajes.

Esta confusión del todo con algunas de sus partes es no ver que tan católica es, se supone, alguna de sus reconocidas sectas homófobas como lo es, sin duda, el actual Papa diciendo aquello de «quién soy yo para juzgarles». No es nuevo: el papa Urbano II predicó la «guerra santa» (« Deus vult», Dios lo quiere, en la exaltación de la primera Cruzada, 1095) y, en pocos años, la Iglesia Católica daría personajes pacifistas y ecologistas avant la lettre como Francisco de Asís. ¿Es la Iglesia Católica, según estos extremos, simultáneamente belicista y pacifista, homófoba y respetuosa? Además, resulta que el cristianismo es algo más que la Iglesia Católica y que si hay diferencias dentro de la misma, muchas más las hay si se amplía el foco y se considera la enorme gama que cubre la palabra cristianismo, no solo ortodoxo, católico y protestante (que vendría a ser la diferencia entre sunitas y chiítas) sino dentro de los mismos entre sus variantes (como las hay en el Islam).

Recurrir a la Historia no es una buena ayuda, sobre todo si los datos se arriman convenientemente a la propia sardina ideológica. Pero tampoco a sus textos sagrados. Se dice que los musulmanes reciben su tendencia a la violencia precisamente del Corán. Algún que otro académico y periodista lo ha afirmado con contundencia. Otros, en cambio, encuentran en la lectura del texto una inspiración pacifista: el Islam es Paz. El que recuerdo vagamente haber leído en castellano cuando joven no me parece que fuera tan impresionantemente violento como son algunos pasajes de la Biblia en sus textos comunes a judíos y cristianos. El problema es que se trata de libros «inspiracionales», es decir, que permiten la lectura que a cada cual convenga. Urbano II y Francisco de Asís leían el mismo texto. Los sufíes y los salafistas de Takfir también leen el mismo texto. Y, sin embargo, no presentan el mismo tipo de comportamiento.

Suele suceder que uno encuentra lo que busca, como en esas pruebas que usan los psicólogos que llaman «proyectivas»: distintas personas con distintos problemas ven cosas distintas en unas manchas de tinta (Rorschach) o unas fotografías (TAT). El problema no está en las manchas o en las fotos, sino en el que las interpreta «correctamente», es decir, según el grupo en el que ha sido introducido y de cuyo «pensamiento de grupo» participa (me refiero al « group thinking», objeto de los psicólogos sociales, esa tendencia de los grupos humanos a generar y compartir creencias que no necesariamente tienen que ver con la realidad).

Es inútil discutir. Los que han aprovechado que el Pisuerga pasa por Valladolid para arrimar el ascua a su sardina política o ideológica (sea islamofóbica o nacionalista), me recuerdan a los conspiranoides que siguen diciendo que el hombre no llegó a la Luna: no hace mucho he leído la enésima refutación de sus argumentos que supongo tendrá el mismo efecto que las anteriores, a saber, ninguno. Dicen que cuando un asistente a una de sus conferencias le dijo que creía que lo que Hegel estaba diciendo no encajaba con la realidad, el filósofo respondió: «Peor para la realidad». Pues en esas estamos.

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