Ahora suena a ciencia ficción, pero el Hércules ha alumbrado muchas situaciones memorables a lo largo de sus casi cien años de historia. En el salón de la fama del imaginario blanquiazul encontramos goles extraordinarios, victorias épicas, remontadas asombrosas, ascensos meteóricos, permanencias inverosímiles y otros sucesos paranormales que se salen del común transcurso anodino de las temporadas y partidos.

Pero dado su propio carácter excepcional y nuestra finita escala humana, nos damos cuenta de que son muy pocas las ocasiones en las que podemos vivir «in situ» algún acontecimiento de este tipo.

Menos aún si tenemos en cuenta que como mínimo en la mitad de las veces los hechos suceden fuera de nuestro hábitat natural, llámese este Bardín, La Viña o José Rico Pérez. Añadamos además ciertos imponderables que nos hacen, muy a nuestro pesar, ausentarnos incluso en nuestro propio terreno debido a la BBC de nuestros compromisos sociales, inoportunos viajes de trabajo o inexorables bajas médicas; y juntando todo ello nos daremos cuenta de lo afortunados que fuimos al poder disfrutar en vivo de alguno de estos momentos estelares de la humanidad blanquiazul.

Por supuesto esto es bastante subjetivo y cada herculano, en función de su tiempo y circunstancia, tendrá su particular lista de acontecimientos extraordinarios disfrutados en primera persona. En la mía les diré que no faltarían goles como aquel de «La Barba» Fran González en la Condomina, el de Portillo al Rayo o el olímpico de Kempes, por nombrar solo algunos. También me pone «gallina en piel» rememorar aquella avioneta con su cartelón de «Rico Pérez Herculano» sobrevolando el estadio para asombro de propios y extraños, o esa segunda parte contra el Oviedo de Lillo donde el Rico Pérez aprendió a cantar, o el más reciente «Som Fill del Poble» desentonado a capela por todo el estadio. Y por supuesto no puedo olvidar ninguno de los ascensos, y aunque cada uno tuvo su afán, me quedo con aquel del 96 que alumbró la «Herculesmanía» y puso Alicante literalmente boca abajo. Vivencias todas ellas donde poder refrescarse en tiempos de sequía; certezas a las que acudir para recordar por qué somos del Hércules y que ya nadie nos podrá arrebatar.

Así que con el paso de los años me he convertido en un auténtico adicto de esos instantes mágicos a los que busco y persigo con el mismo ahínco que hacen los cazatormentas con los tornados o los surfistas con las olas. La experiencia me dice que la liebre puede saltar en cualquier momento, así que aunque hoy por hoy los vecinos parecen «Elchelsea» y nosotros escasamente el filial de San Marino, el miércoles a las nueve venceré la tentación de esconderme debajo de la cama y cumpliré al menos con el primer requisito para obtener éxito en esta particular caza de instantes épicos del hérculanismo: presentarse.