Oriol Junqueras es el verdadero «timonel» de independentismo catalán. Tiene una convicción granítica sobre la necesidad del «Procés» y el objetivo de la Independencia, pero sabe de la gran dificultad de trasladar la misma a la mayor parte de la ciudadanía catalana, donde el sentimiento independentista no pasaba del treinta por cien de la población hace sólo unos años. Por eso la maniobra, entre otras, realizada desde ERC de situar a un hijo de inmigrantes como Gabriel Rufián en el Congreso, un diputado «jabalí» que atrajera la atención mediática y que demostrara al resto de España que eso de la independencia no es sólo un proyecto de la burguesía catalana, sino un proyecto transversal. Forma parte del relato.

Volviendo a Oriol. Conocida es su mala relación con el president Puigdemont, alguien puesto en su momento por Mas, antes de sacrificarse en la pira, para convertirse en víctima política propiciatoria si volviese a llegar el caso. Pero el exalcalde de Girona, con una imagen política totalmente desvaída, no tiene entidad parar serlo, ni siquiera para intentar emular a Lluís Companys, ochenta y tres años después de que el mismo declarara la Republicana catalana, siendo suspendida la autonomía catalana a las pocas horas por el gobierno republicano de Manuel Azaña.

Conocida es también la línea de comunicación abierta entre Junqueras y la vicepresidente del Gobierno, Soraya Saéz de Santamaría. Una línea abierta pero infructuosa como el mismo ha reconocido. De hecho, desde Moncloa se esperaba que en algún momento el vicepresidente del Govern aceptara retirar el órdago del referéndum y adelantar las elecciones autonómicas, en las cuales ERC se consolidaría hipotéticamente como partido como para llevar a Junqueras, puesto que sigue ambicionando, a la presidencia de la Generalitat.

Fracasada la «operación diálogo», el Gobierno se ha encontrado ante una política de hecho consumados, de ilegalidades sucedidas una detrás de otra, y de una argumentario plagado de falacias pero con una potencia propagandística monumental gracias a una parte de medios de comunicación (no hace falta citar cuales) que no dudan en colaborar con denuedo. Todo ello, a pesar de que sus invenciones han sido desenmascaradas con la brillantez y precisión milimétrica de Josep Borrell (pocos políticos catalanes hablan de manera tan clara en este sentido), véase Los cuentos y las cuentas de la Independencia (Catarata, 2015).

Como decimos, Junqueras no duda en proseguir con su relato. Después de hablar del supuesto expolio fiscal, el «Espanya ens roba», de esgrimir la cifra tan mítica como falsa de 16000 millones de euros; de la ficción casi ridícula de las balanzas fiscales alemanas; continuaba el señor Junqueras esta semana en el programa televisivo El Objetivo de Ana Pastor, indicando que en caso de independencia, Cataluña no saldría de la Unión Europea, algo que contradice todo los tratados y resoluciones de la Comisión Europea y el Comité de Regiones; que el nuevo estado independiente seguiría estando en el euro; y hasta que el Banco Central Europeo seguiría prestando dinero a la banca catalana. Y ante la pregunta de la periodista de qué legalidad funcionaría en el nuevo Estado, Junqueras responde que el derecho internacional, agarrándose al derecho de autodeterminación, que sabe perfectamente sólo es aplicable a países en proceso de descolonización o conflictos bélicos, como si Cataluña fuera el Sahara o el antiguo Congo Belga. Son argumentos que hasta un niño podría desmontar, por eso decimos que Junqueras, a falta de datos objetivos, sigue ejerciendo el oficio de cuentacuentos.