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Joaquín Rábago

La eterna desconfianza y división de la izquierda

No ocurre sólo aquí con Izquierda Unida y ahora con Podemos y el PSOE: la división y la desconfianza mutua ha impedido siempre a los partidos de izquierda cumplir su compromiso con la ciudadanía.

Cuando el presidente del Parlamento europeo, Martin Schulz, saltó a la palestra y presentó su candidatura a la cancillería federal alemana, algunos pensaron que podría llegar finalmente allí el momento de la unidad de la izquierda.

Schulz parecía criticar el rumbo adoptado en su día por su correligionario Gerhard Schroeder y se permitió denunciar las consecuencias negativas de la Agenda 2010 impulsada por aquél y adoptada por sucesivos gobiernos de coalición.

Consecuencias como los llamados "minijobs", el precariado y la devaluación salarial para volver más competitiva la economía, todo lo cual, si bien sirvió para aumentar las exportaciones y reducir drásticamente el desempleo, no evitó el crecimiento de la desigualdad y, en muchos casos, de la pobreza.

Pese a sus críticas iniciales a aquel programa, pronto se hizo evidente que Schulz no podía tomar suficiente distancia de unas medidas económicas y sociales de las que había sido corresponsable su propio partido como socio minoritario de la Gran Coalición con la CDU/CSU de Angela Merkel.

Y rápidamente se disipó el entusiasmo que había despertado su candidatura en quienes deseaban un cambio de dirección del SPD que se plasmase en una aproximación a Die Linke (la Izquierda) y a los Verdes para poder juntos ofrecer una auténtica alternativa de gobierno.

Eran al parecer demasiadas cosas las que provocaban desconfianza entre el SPD y Die Linke, el partido liderado por Sahra Wagenknecht, una joven e inteligente economista crecida, al igual que Angela Merkel, en la RDA y actual pareja de Oscar Lafontaine, el socialdemócrata que en su día plantó cara a Schroeder.

Lafontaine, que fue ministro de Finanzas del primer Gobierno presidido por Schroeder, se negó en su día a sancionar las políticas neoliberales de la Tercera Vía del líder del partido y renunció en 1999 a todos sus cargos.

En 2005, tras continuos ataques a la política del SPD, Lafontaine lo abandonó finalmente para presentarse como candidato al Bundestag por Die Linke, coalición entre el Partido del Trabajo y la Justicia Social y el PDS, sucesor, este último, del antiguo Partido Comunista de la RDA.

Tras sufrir un cáncer, Lafontaine abandonó la presidencia del partido y de la política activa en 2010 y dejó todo el protagonismo a su pareja, la tan elocuente como atractiva Wagenknecht, con la cual Martin Schulz no ha llegado, sin embargo, a sintonizar frente a lo que parecían esperar algunos.

La considera el líder socialdemócrata demasiado dogmática y radical para su gusto no sólo en sus recetas socioeconómicas sino también en política exterior por su antimilitarismo, su oposición a la OTAN y sus simpatías con diversas causas tercermundistas.

En cualquier caso, la campaña de Schulz no despega y, aunque se produjese un deshielo entre ambos líderes, los números no parece que vayan a dar para una coalición de izquierdas con los Verdes como tercer partido, por lo que Alemania parece definitivamente abocada a un cuarto mandato de Merkel.

La única incógnita en este momento es con quién podrá y querrá aliarse la canciller : todo dependerá del resultado que obtengan Verdes y liberales - estos últimos, con nuevo líder, Christian Lindner, volverán al Parlamento- y de la fuerza con la que entre en él la ultraderechista y xenófoba Alternativa para Alemania.

Si, por otro lado, el SPD no alcanza siquiera con Schulz el 25 por ciento de los votos, difícilmente logrará ése mantenerse al frente del partido. Y será un nuevo fracaso de la izquierda y una decepción para quienes confiaban en una alternativa capaz de desbancar a una canciller que parece eternizarse en el cargo.

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