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Vuelva usted mañana

Cataluña y su democracia

Lo de Cataluña y su clase política es un esperpento, una comedia bufa si no fuera porque sus actores se parecen demasiado a aquellos otros que interpretaron papeles trágicos de infausto recuerdo en los Balcanes. La desobediencia de un gobierno regional, el desprecio a la Constitución y la ley y la llamada estúpida a la insumisión es seguida por muchos que repiten como un mantra la obscenidad de contraponer ley y democracia. Una muestra del desvarío, casi enfermizo, de quienes están inundados en una corrupción que quieren amnistiar y una izquierda desnortada, enloquecida y sin más ideas que el divertimento y el poder que ha ido, poco a poco, amasando con la aquiescencia de muchos y la obsecuencia de una juventud fruto de una educación que crea masas y deforma mentes. Cataluña es el ejemplo de una España descentrada por falta de rigor y pérdida de la moderación, considerada siempre aquí como muestra de debilidad y poco honrosa. Lo que prima y gusta es el exceso y a eso se apuntan con deleite quienes desean brillar, aunque sus mensajes contengan tantas contradicciones, como deficiencias; frente a tales arengas y soflamas poco cabe argumentar, pues no es la razón o la ciencia lo que informa el magín de los profetas patrios, sino la soberbia propia de la palabra ardiente y la supremacía inmediata de la acracia infantiloide de adolescentes envejecidos que se niegan a crecer.

Democracia frente a Estado de derecho, democracia como expresión de gestos y voluntades de cada cual, aunque tales conductas entren en colisión con la ley. Política, concepto confuso y manido, peligroso a la vista de quienes la gestionan, contra la ley. La democracia y la política sin normas y poderes constitucionales, farsa de estos falsarios de la libertad, que buscan un traje a su medida, tan deslucido, que les ha permitido llegar a tan altas cumbres. Inimaginable. Quién hubiera dicho hace escasos años que el régimen del 78 que denuestan, permitiría tanta estulticia en sus detractores. Porque, estos revolucionarios, antifranquistas de aluvión, infringen la Constitución y la ley al considerar que España es una dictadura o algo similar. Burda estupidez propia de mentes confundidas entre la ignorancia y el sueño bolivariano.

Es difícil explicar a quienes se someten al discurso de lo fácil y entusiasta, que la ley es una garantía para los ciudadanos frente al Estado, como bien captaron los revolucionarios franceses y que constituye un freno a ese poder estatal que siempre tiende a invadir las libertades personales. Es difícil explicarlo a quienes siguen anclados en esa mezcla castiza de comunismo patrio y de socialismo republicano con tintes anarquistas y carlistas, cañí, tan amante de la nación de naciones. Es la historia de la confusión de izquierda y nacionalismo que tuvo su culminación en un franquismo que estos nuevos progresistas, faltos de programa actualizado, llevan años resucitando para justificar sus propias debilidades e imitarlo con frenesí y desparpajo. De tanto recordarlo lo copian con maestría.

Sin ley o contra la ley no puede haber democracia. El Estado de derecho se traduce en imperio de la ley, a la cual todos quedamos sujetos, ciudadanos y poderes. Algo fácil de entender y que, no obstante, algunas mentes aupadas por los votos cautivos, que vendieron lo que no podían vender como ha quedado demostrado allá donde gobiernan, no aceptan, pues en el fondo Cataluña es el experimento de una revolución que quisieran exportar de futuro a otras latitudes. Ver cogidos de la mano a moderados del PdCat, con una ERC, mezcla muy catalana de todo un poco y las CUP, herederas entre otros de grupos terroristas de la zona y observar el fervor con el que reciben a Bildu y sus representantes, otrora pistoleros en algún caso, asombra y explica el significado de la democracia para algunos de los más vehementes. La democracia sin ley significaba para ETA matar. Para las CUP, la revolución siempre violenta cuando llegue el momento, mientras se divierten y solazan en la estupidez tras sus trescientos mil votos. Porque, no lo olvidemos a la hora de juzgar, estos, todos ellos, están ahí porque les han votado, siendo ese voto merecedor de todas las consecuencias de su ejercicio. Deben expiar su decisión y no pueden reclamar protección quienes antes optaron por el divertido silbido al himno y el insulto al resto de la nación.

Colau y Puigdemont, entre otros iluminados, insisten en ejercer la democracia al margen de la ley y no entienden, en su ignorancia de lo que es una democracia que rechazan, que los tribunales la apliquen. El Poder Judicial, para estos desatinados perdidos en su mismidad, no debe someterse a la ley, sino a no se sabe bien qué o, mejor dicho, a la política, que es igual que decir sus partidos y ellos mismos y sus originales invectivas. Ya Podemos, crecido en su estolidez ramplona, pide que el Congreso controle al Tribunal Constitucional.

Basta ya de la algarabía democrática, autoritaria en realidad, que desprecia la ley. Impóngase esta con toda la legitimidad que posee. Ninguna vergüenza debe haber en hacer valer el Estado de derecho. Mucho costó traerlo para que se vuelva a torcer. Con sus deficiencias es lo mejor que hemos tenido en toda nuestra historia.

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