El 13 de octubre de 1983, ETA asesinó en Rentería (Guipúzcoa) al guardia civil Ángel Flores Jiménez. El agente, desarmado y sin uniforme, se dirigía a su casa para comer. Dos terroristas le dispararon tres tiros a bocajarro y luego huyeron en un coche, donde esperaba un tercer miembro de la banda. Eran los años de plomo. Al día siguiente, la portada del Abc recordaba una viñeta de Mingote: un guardia civil llevando a cuestas a un señor con txapela durante las inundaciones de agosto de ese año en todo el País Vasco. La simbología era evidente: ETA asesinaba a los mismos guardias civiles que se partían el lomo ayudando a sus conciudadanos. Era una época en la que vestir el uniforme de la Benemérita era un riesgo, y no solo en el norte de España. Veníamos de una etapa oscura, con un franquismo represor que usó el brazo armado de la Guardia Civil para golpear las libertades que ansiaba nuestra joven democracia. El tricornio, la capa y los bigotes poblados causaban pánico en esos últimos años 70, al mismo tiempo que comenzaba a brotar otro sentir hacia ellos. Y hasta hoy. Ya no son esos guardias rechonchos de copa de Magno y puro Farias. Representan, más allá de una profesión, una forma de vida, una devoción, un ejemplo de entrega y sacrificio por el bien y la seguridad de los demás. El 12 de octubre, día del Pilar, es su fiesta, pero, como suele suceder con todas las efemérides, creo que ese día de reconocimiento público no tiene que eclipsar el homenaje continuo que, sin duda, esos hombres y mujeres se merecen.

Y más teniendo en cuenta que la Guardia Civil ha sido siempre la hermana pobre de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. No hay más que ver los cuarteles en los que viven, casi siempre con toda su familia, porque son realmente una gran familia (de solo 80.000 miembros, aunque parezcan muchos más) donde todo se comparte: las risas, las penas, la angustia y la esperanza. Cuarteles que parecen refugios medievales, fríos, con las paredes desconchadas y los ladrillos resquebrajados. Comparados con los de la Policía Nacional, parecen de juguete. Fíjense, sin ir más lejos, en la sede de la policía en Alicante: un edifico nuevo de cinco plantas junto al mar. Un lujo. Mientras tanto, la Guardia Civil patrulla caminos y sendas, protege viñedos, se aposta en los recodos de la carretera para velar por nuestra seguridad? y a veces nos da alguna que otra sorpresa. Como la de aquel chiste, el del guardia civil que da el alto a un vehículo y, tras hacer el saludo militar, le dice al conductor si no vio el stop que había en la carretera. Y el pobre conductor responde: «claro que he visto la señal; a quien no le he visto es a usted». Siempre sucede algo así. Y es que a pesar de que solo nos acordamos de ellos cuando llegan las multas, son el ojo avizor que protege nuestra espalda, la red de protección invisible que está pendiente de que todo vaya bien. Y de eso puedo hablar por propia experiencia.

Ahora mismo no tengo carné de conducir debido a una infracción de tráfico. La multa y la sanción me hicieron meditar. Ese fue el medio. La lección que me dio la Guardia Civil corrigió mi conducta equivocada. Porque todo depende de cómo nos tomemos las cosas. Además, no están para recaudar, sino para prevenir, para que la seguridad campe a sus anchas en las carreteras y en nuestra vida cotidiana. Desde entonces, si veo a un guardia civil me siento más tranquilo. Porque sé que hay un cordón de seguridad y protección a varios kilómetros a la redonda.

Esa es la huella que deja la Guardia Civil en la sociedad. Su historia centenaria es el ejemplo de un cuerpo siempre dispuesto a la colaboración y a la protección del más desfavorecido. Su futuro les lleva a seguir siendo una de las policías mejor preparadas de Europa. Solo hacen falta que los medios y el reconocimiento laboral acompañen a su predisposición, a su entrega constante y a la capacidad innata de ayuda y prevención.

Aquel hombre de la txapela del dibujo de Mingote quizá sintió que venía a salvarle de la inundación su ángel de la guarda. Todos tenemos uno. Aunque no lo veamos, siempre hay cerca de nosotros un ángel de la guarda? civil.