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El sitio de mi recreo

Voy camino del estudio con la intención de escribir. Esto de escribir no es precisamente darle vueltas a cualquier asunto, sino darse vueltas a uno mismo. A sentarse ante un papel en blanco, a esa micro angustia que supone romper la armonía del universo concentrado en una cuartilla, lo llamaban antes «horror vacui». Pero hoy no le tengo miedo a ese vacío. Lo que sí tengo es un descomunal pero razonable hartazgo.

Creo que ya no quedan gorriones histéricos picoteando la nada. La calle es una propina en manga corta del verano que agoniza. Los verdes de La Glorieta, el parque que me come cada vez que subo la persiana, empiezan a chamuscarse.

Sí, un hartazgo razonable y justo. Creo que todos estamos un poco hartos. Hartos de hipotecas, de llegar con la lengua fuera a fin de mes, del olor del gas-oil, de los hipermercados de plástico y las charcuterías que hacen chaflán. La mentira gobierna nuestros pasos. Nos levantamos temprano para cumplir con la mentira impuesta, nos ponemos la máscara de creernos la mentira. Pero, de cuando en cuando, salta la liebre de la razón y nos ponemos místicos y estupendos. Y dan ganas de arrancarse la máscara y en lugar de ir a buscarnos la vida, de mendigar un trabajo, de abrir todos los días la página de algún ayuntamiento por si, por ventura, figurara allí nuestro nombre en una bolsa, ir a darle de comer a las palomas o a beber agua de una fuente hasta arriba de miasmas y bacterias. Títeres danzantes de una opereta sin gracia. Niños zangolotinos esperando la paga semanal.

Ya no atraviesan los grillos el filo de la madrugada, ni huele a hierba recién segada. Ya no hay horizontes con aroma de humo ni perros cantándole nanas a la luna. Sólo un leve regusto a estiércol en el paladar.

Hartos de españolistas y catalanistas, del aprovechamiento de las crisis, del barrer para casa. De doctrinas y de dogmas, de tergiversaciones históricas, de imbéciles con una banderita en la mano. ¡Cuánta sangre, cuánta tristeza enjugaron las putas banderas! El patriotismo es una entelequia, una máquina de exhumar ignorantes. Hartos de que la tierra nos dé contantes avisos y no hagamos nada. De huracanes, terremotos, devastación, deshielo polar y gerifaltes que se ríen del calentamiento. Truchimanes que se creen los amos del mundo jugando como idiotas a ver quién tiene más grande el misil. Grupos terroristas creados en laboratorios, fanatismo y locura.

Los niños han cambiado los columpios por pantallas y miden su aburrimiento, su hastío por megas. Hay una solemne tristeza de parque vacío en el ambiente. Los gatos ya no entonan baladas en las chimeneas, ya no hay perros enganchados por la trufa cárdena del amor porque hasta los perros huelen el desencanto, ni místicas doncellas con la mirada puesta en una ventana salpicada de lluvia.

Hartos de políticos cuya oratoria es un aguijón envenenado, de niños asesinos o matones en ciernes, de que los planes de estudios sean un raquítico esqueleto, una burda forma de generar analfabetos manejables. El último destrozo ha sido sacar de las aulas a patadas a la historia universal de la literatura. Quieren matar el pensamiento y el criterio, factor clave para que nos la metan doblada sin vaselina y le cojamos el gusto a la infame sodomía. Hartos de que la separación de poderes se haya convertido en un chiste, en chacota macabra. Hartos de que cada dos por tres palme o enloquezca alguien que tiene que declarar por corrupción, de discos duros comprometedores destrozados. La última destrucción de indicios ha sido la quema de documentos. Ha ardido La Ciudad de la Justicia de Valencia. Casi todos los medios de comunicación han mirado para otro lado. Hartos de que nos pasen la mafia por la cara y no la veamos o no nos dejen verla. Hartos de estar hartos.

Estoy en el estudio, el sitio de mi recreo, escribiendo este desahogo. Miro por la ventana de vez en cuando el verde siena del parque. Se ha levantado un ligero viento. Los árboles cantan canciones antiguas, baladas antediluvianas. Estoy en el estudio dando fin a este delirio dominical. Miro alrededor. Estoy dentro de un útero o de una retorta que me aísla del mundo. No sé si estoy atrapado en un globo de melancolía o de rabia o de ambas cosas. Un niño pega la nariz en el cristal, le sonrío y saca la lengua. Pobre criaturita, no sabe lo que le espera.

Addenda: Hoy no tengo ganas de dibujar. Les dejo foto de un fragmento del sitio de mi recreo donde gañe, de vez en cuando, un perro enloquecido.

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