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Francisco Esquivel

Sensibilidad a flor de piel

En su estreno, la película que representará a España en los Oscar se distribuyó en una parte irrisoria del territorio lo que no obsta para que, de llevarse la estatuilla, se celebre como otra gran victoria por parte de los por siempre victoriosos. Como encima la historia está rodada en catalán, qué voy a contarles. A raiz de ser seleccionada por la academia ha podido reestrenarse cristianamente traducida y llegar a...¡16 salas! Qué arte más grande.

La perversión alcanzada en éste y otros campos donde se destila creatividad, esfuerzo e investigación individual inmersos en un páramo institucional e industrial es tal que Carla Simón, la directora, se siente contenta. Aunque se especializó en la materia en la universidad de California y en la London Film School está claro que el alejamiento no le hizo perder perspectiva alguna sobre su origen. Y a eso se ha enfrentado al abordar con un cuarto de siglo de perspectiva Verano 1993, el estiu en el que la guionista y Frida, su alter ego de seis añitos en la pantalla, se quedaron sin madre por el azote del sida, tras haber perdido al padre por la misma razón algo antes. Con unos antecedentes así, a más de dos les costará trabajo acercarse a la sala ante la perspectiva de hartarse de sufrir. Aún siendo comprensible, el cálculo es radicalmente erróneo. La obra está llena de vida, mantiene en vilo al espectador y rebosa por los cuatro costados sensibilidad. Los ojos, la mirada de la cría lo son todo y, el ejercicio de introspección, una garantía de que detrás de la ópera prima de esta treintañera se encuentra una mujer con todas las de la ley sacándose en su lengua materna lo que lleva dentro, que no es poco.

Una propuesta realizada con los medios justos, premiada desde Berlín a Buenos Aires pasando por Estambul, que la hemos mandado a Los Ángeles y que aquí solo ha podido verse con cuentagotas. Cualquier día de estos nos sorprende y España se somete a una instrospección, bien sea para dar calor a sus creadores o para evitar la previsible extensión de los incendios. Joder, que nacemos ya con sofocones.

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