Confieso que estoy viviendo todo este calvario del llamado proceso independentista catalán entre el hastío, la perplejidad, el asco, unas rodajas de fuet de Vich, el autismo conceptual y la piorrea cerebral. Parafraseando a Churchill -que como ustedes dos saben muy bien era partidario de celebrar todos los días 31 de febrero el derecho de autodeterminación de Gales, Escocia e Irlanda del Norte-, nunca tantos tuvimos que soportar tanto a tan pocos. Parece ser que en España, incluida Cataluña, no hay más (el otro) problema que la cuestión catalana; ni corrupción (también catalana), ni paro, ni delincuencia, ni terrorismo, ni inmigración ilegal, ni Trump. Esta puntual referencia al presidente USA es un guiño-homenaje a los progres y progras de todo el mundo, especialmente los catalanes, para que se distraigan mientras leen, sin comprenderlo del todo, a un catalán también de Vich, el religioso Jaime Balmes, cuya calle, una de las más importantes de Barcelona, aún no ha sido sometida a los iconoclastas criterios luditas de los nuevos gobernantes de la ciudad Condal. En cuanto a Balmes, le recomiendo al discreto encanto de la progresía comenzar por «El Criterio»; una vez superada la prueba ya pueden acometer «Consideraciones políticas sobre la situación de España» (y no se impacienten, el Ulysses de Joyce viene después de Balmes y antes de «Un paso adelante, dos pasos atrás» de Lenin).

Los dirigentes y dirigentas secesionistas catalanes, instalados desde hace ya tiempo en la más absoluta de las ilegalidades bajo la inocente mirada de los gobiernos de España del PSOE y el PP, han iniciado un camino sin retorno en busca del tiempo perdido. No me parecería mal ese viaje si se tratara de recuperar las improbables evocaciones de un «pan tumaca» para desayunar sustituyendo a las calóricas magdalenas, pero me temo que los cocineros del independentismo excluyente prefieran administrarle al pueblo catalán, y por extensión a todos los españoles, una buena dosis de aceite de ricino para que purguen sus pecados españolistas. Algo así como hacían los «camicie nere» mussolinianos contra quienes no pensaban como ellos. El nacionalismo con ricino entra? o sale.

Estoy completamente convencido de que más pronto que tarde la Historia se repreguntará cómo fue posible que España, incluida Cataluña, algunas de sus ciudades y autonomías, fuera durante un cierto tiempo gobernada por una tropa de dogmáticos llegados a la política cegados por la incompetencia, el odio, la confrontación, el revanchismo y la destrucción de un edificio democrático que construyeron todos los españoles merced a un gran esfuerzo, una ejemplar tolerancia, impagables dosis de comprensión mutua, de respeto, de reconciliación y de madurez. Cómo fue posible, seguirá preguntándose la Historia, que unos cuantos radicales, imberbes iluminados, nacionalistas excluyentes, criados bajo la protección de una de las democracias más abiertas y tolerantes del mundo, tuvieran como único objetivo dinamitar el régimen de pacífica convivencia, de libertad, que se dieron y refrendaron los españoles. Cómo fue posible, examinará la Historia, que unos cuantos y cuantas venidos del extremismo y la intolerancia fueran capaces de convencer a una parte de la sociedad hasta el punto de tenerla completamente engañada y abducida. Cómo fue posible, en fin, que esa misma sociedad contemplara inerte, consintiera durante tanto tiempo ese discurso totalitario, fanático, sectario e insolidario que predicaron los talibanes del dogmatismo. Un discurso «goebbeliano» en el que pontificaban que Cuba era demócrata y Europa no; que en Venezuela había libertad y en EEUU no; que el comunismo era infinitamente superior al capitalismo; que las democracias burguesas eran una burla a la verdadera democracia y a la libertad; que el terrorismo es revolucionario; que en España hay presos políticos, pero no hay libertad de expresión.

El continuo goteo de ilegalidades, de actos totalitarios y antidemocráticos en que se ha instalado el proceso separatista catalán y sus dirigentes, solo puede percibirse y denunciarse por la sociedad catalana, por todos los españoles, como un auténtico golpe de estado a la democracia y a la libertad; como un infame e imperdonable atentado al estado de derecho y a las normas civilizadas; como un acto de arbitrariedad y desprecio a la gente más humilde, a los trabajadores, a los sindicatos, al pueblo; como un acto de agresión a la tolerancia, a las normas más elementales de convivencia y de respeto mutuo. Por eso resulta inquietante, perturbador, incomprensible, que desde otros puntos de España algunos dirigentes políticos a los que se les llena la boca de democracia y de libertad cada vez que hablan, no solo miren de perfil contra esta flagrante ilegalidad, sino que además excusen y alimenten esta monstruosidad antidemocrática invocando la libertad de expresión, el derecho a decidir unilateralmente. Los separatistas los saben, conocen la debilidad y la explotan a su antojo. Hoy es Cataluña, pero si consentimos la experiencia, mañana será? y después?