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Javier Mondéjar.

La frontera es una raya

La historia no nos enseña nada. Sabemos lo suficiente de los imperios de la antigüedad como para tener claro que todos ellos pasaron haciendo ruido, pero que finalmente dejaron su sitio a otros. Al principio ellos eran los bárbaros, pero poco después se convirtieron a su vez en ejemplo para las tierras que conquistaron y en civilizadores, hasta que llegaron los nuevos bárbaros y arrasaron con ellos y sus costumbres. Es verdad que el escaso tiempo que nos toca vivir no permite que tengamos una adecuada perspectiva de los acontecimientos, especialmente si vivimos en épocas tranquilas en las que parece que nada malo pueda pasar. Pero pasa, lo cierto es que ni las leyes son inmutables ni las fronteras inalterables y es ajena a la historia humana la estabilidad, aunque para nuestra tranquilidad nos empeñemos en que nada cambie. Al fin y al cabo la frontera no es más que una raya en un papel e igual que se traza se puede correr unos kilómetros más para allá. Y no pasa res.

O no debería pasar; reconozco que estoy encabronado con Cataluña, o con lo de Cataluña como decimos en metáfora para no nombrar la bicha de la sedición, la guerra civil, el independentismo. En esencia me da igual que haya un porcentaje de catalanes que no quiera ver a España ni en pintura y que para ellos el resto de españoles sean un ejército de ocupación. Tampoco es que yo esté enamorado del país en que me ha tocado nacer, aunque tiene sus puntitos. Me fastidia sin embargo cómo un porcentaje equis de catalanes quieren retorcer la historia y las leyes en contra de una minoría silenciosa para los que opinar les supone ser definidos con el mayor de los insultos: «españolistas».

Siempre me han fastidiado profundamente los gorilas del recreo, esos abusones que se comen el bocadillo de los más débiles. A veces he tenido la suerte de ver achantarse a estos comehombres cuando se les ha hecho frente; otras no, en algunos casos si intervienes te llevas la paliza. En Cataluña está pasando eso, se han empeñado en excluir a un cincuenta por ciento de conciudadanos de sus planes, que ya es dejar al margen, con la peregrina actitud de que los que no se sienten independentistas sobran en el nuevo país y estarán mejor sin su odiosa presencia que huele a ajos, a sevillanas y al Madrid campeón de Europa.

Y desde luego hay independentistas de corazón para los que esta situación es un desatino, pero que callan y dejan que se ofenda a los otros para no significarse, por calcular que el fin justifica los medios y que no hay forma de hacer tortilla sin romper huevos. Los que justifican que con sólo un voto más (de los emitidos) pueden cambiar la frontera no quieren razones, quieren irse como sea y para lo que sea y el procedimiento les trae al pairo, utilizarían los tanques si los tuvieran.

Es muy triste que la razón se deje de lado cuando el forofismo aflora. Que dé igual que la independencia les arruine o les sitúe en una esquina de Europa, que los jueces catalanes vayan a ser una prolongación de los políticos que así se salvarán de tanto tres por ciento, incluidos los Pujol, que el Barsa vaya a jugar contra el Lleida en uno de los más competidos partidos de la jornada, que las pensiones las pague Puigdemont de su bolsillo y que el cava catalán no tenga salida fuera de sus raquíticas fronteras. Les da igual, piensan que ya escampará y que al día siguiente brillará el sol de nuevo y ellos serán más felices y jamás tendrán que sentirse españoles y que el resto de España nos dejaremos llevar por la política de hechos consumados y viviremos con ellos en paz y armonía.

Pero eso no va a pasar voten lo que voten, si votan. Al final se ponga la cosa como se ponga, esa extraña alianza de independentistas de derechas, de izquierdas y antisistema, dirán que han votado, aunque sea en una página web, y por mí podrían hoy mismo publicar los resultados, que da igual porque votando sólo los favorables a la secesión pueden felicitarse de haber ganado por un 99 por ciento de los sufragios. Este referéndum sin garantías, a la búlgara, es una parodia de la democracia, indigna de unos dirigentes europeos y más propia de la Rumanía de Ceaucescu o la RDA de Honecker.

Por si no ha quedado suficientemente claro, me da igual que Cataluña sea la república independiente de su casa si con ello están más cómodos en zapatillas de fieltro los que no me consideran de su misma raza. No comulgo con la unidad de España que es una ficción de apenas 500 años, no quiero que la Constitución sean las tablas de la ley esculpidas en piedra para siempre, ni que los tanques se adueñen de la Diagonal ni los jueces precinten las urnas y los alcaldes sean encarcelados. Es más, si el Estado convocase un referéndum de toda España para decidir tema tan importante les daría mi voto encantado.

Pero tampoco quiero que los no independentistas sean judíos encerrados en un gueto en la nueva república y a la postre expulsados dejando allí hacienda y bienes. También exijo que no se dé ni un paso atrás: si se van tanta paz lleven como descanso dejan, pero que se olviden de nosotros -y de Europa- para siempre y en ello incluyo las pensiones, el Barsa, la deuda y el cava. Y que se queden con los Pujol, por favor, que elijan a don Jordi Molt Honorable vitalicio y le hagan entrar bajo palio en Monserrat.

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