No crean que es broma. Tal como se han puesto las cosas, lo mejor que nos puede pasar de aquí a fin de año es que nos toque un premio, aunque sea relativamente menor, que nos dé para tomar las uvas en París y retrasar nuestro regreso lo más posible. El espectáculo del Parlament la semana pasada, no por esperado menos bufo, me ha descolocado del todo. ¿Es posible esta farsa semántica que consiste en afirmar que se está respetando la verdadera democracia cuando se violan sus más elementales principios? No, claro. Me dicen que esta fuga hacia delante obedece al convencimiento de que la independencia de Cataluña no se alcanzará por medios legales sino que es preciso establecerla a golpe de trampas. A base de ignorar lo que es constitucionalmente razonable para que impere lo absurdamente delictivo. Ese es el principio que rige la lucha por la independencia colonial. El país explotado por la potencia extranjera debe batallar para acceder a su libertad. Y, esto es lo importante, debe hacerlo contra la ley del colonizador. Naturalmente, el caso de Cataluña es equiparable al del Congo belga. Una autodeterminación equivale a la otra. El Congo/colonia, un territorio riquísimo de casi la extensión de la UE, fue sometido como propiedad del miserable rey Leopoldo a las mayores vejaciones que imaginarse pueden: esclavitud, expolio, genocidio... Igual que en Cataluña. Y lo peor de todo fue que, cuando por fin obtuvo la independencia en 1960, los belgas dejaron en el nuevo país un solo universitario, un médico, por fortuna conocedor de la medicina tropical. Si no puede ampararse en la Constitución (aunque votaron a su favor masivamente), a Cataluña no lo queda más remedio que acudir a la sublevación armada, aux armes citoyens. Pues vaya. Una guerra anticolonialista, ignorada por los gobiernos del mundo entero (con la excepción tal vez de Venezuela y Cuba, los adalides de la libertad), la lucha de un país en ruinas, sin libertades, sin democracia, explotada por los colonialistas de Madrid. ¿Esa es Cataluña? El problema es que para afirmarlo van a tener que domesticar y silenciar a la mayoría de su población, que no es independentista. Lo siento por la indomesticable Inés Arrimadas, que es mi heroína, a la que van a tener que desposeer de la nacionalidad catalana por haber nacido en Jerez. Y ya de perdidos al río, con la ley del referéndum, sin participación mínima, basta con que haya un voto más para que Cataluña se declare independiente. Hagamos un modelo: si solo acuden a las urnas, pongamos que mil votantes y gana el sí por 501 contra 499, Cataluña se declarará independiente por 501 votos contra los 7.000.000 que se quedaron en casa. Estupendo. Una patochada poco creíble. ¿Cómo es posible que hayamos llegado a este teatro del absurdo? Hay cosas que se tuercen desde el principio, como el «Procès», y son culpa de todos, de Madrid y de Barcelona. ¿Por qué no pueden todos ser como el lehendakari Urkullu, que no sonreirá nunca pero que a la chita callando ha ido arrimando el ascua a su sardina sin necesidad de inmolarse en la pira de la independencia (y eso que tiene que aguantar a los de Bildu)?. Solo Dios sabe lo que va a pasar y a lo mejor ni él. La capacidad de catalanes y madrileños de embrollar la madeja es infinita. ¿Por qué no han hablado, por qué no hablan? ¿Por qué hemos llegado al punto en que es preciso envolverse en las respectivas banderas? Cuando salen las banderas a relucir se ha llegado a la última frontera del disparate. Esto es como la lotería de Navidad: se sabe que es preciso comprar el décimo para que haya una oportunidad de que toque, pero hasta el sorteo, nada. Sabemos que si se celebra el referéndum tiene pocas posibilidades de triunfar pero ¿y si triunfa? ¿Qué pasa después? Si me toca el gordo, me compro un coche y me voy a Bora Bora, ¿y la república catalana qué haría? Porque mi única preocupación sería espantar a los bancos, a los chupasangre y al Ministerio de Hacienda. La de Cataluña... tal vez sería la misma. Hagan como yo: compro el billete y paso el tiempo decidiendo lo que voy a hacer con los millones. Y da para mucho. Luego, celebrado el sorteo, paso un mes sin comprobar el resultado. Durante ese mes soy millonario. Hasta justo antes del siguiente sorteo. Y si me toca un pico, me voy a París a tomar las uvas.